Birdboy es un pájaro que va a la deriva en la isla donde vive. Allí, la ratoncita Dinki debe hacer frente desde primera hora de la mañana a casi todo el mundo, incluyendo unos padres que no la quieren ni ver. Tampoco le va mejor a Sandra, marginada y calificada como loca, o al lobezno que es diariamente apaleado por sus compañeros de clase, y mucho menos a las ratitas que buscan entre la basura restos de cobre que vender y así poder llevarse a la boca el sustento diario.
Este grupo de animales parlanchines se reúne en Psiconautas, los niños olvidados, película de animación dirigida por Pedro Rivero y Alberto Vázquez basada en el cómic de este último. También es la versión en largometraje de un corto titulado Birdboy que en 2012 se llevó el Goya al mejor cortometraje de animación. Esto ya da una idea aproximada de lo profundo que es este proyecto, muy trabajado desde una óptica meramente visual pero realmente extraordinario en lo que se refiere a aquello que quiere trasladar.
En primer lugar, la perturbadora atmósfera que Rivero y Vázquez dibujan en Psiconautas posee un curioso toque que la hacen distanciarse del dibujo ciertamente convencional que representan. En efecto, es complicado dar pistas concretas sobre cómo los autores logran introducirnos en este ambiente magnético, sino que todo funciona como un conjunto perfectamente orquestado. Cada personaje que aparece en pantalla tiene su clara función y, lo que al principio parecía una narración dispersa, acaba convergiendo en un relato único y sobrio.
Lo interesante de este punto es que la historia está muy en consonancia con las diversas preocupaciones que tiene la sociedad humana actual. El racismo, la extrema pobreza, el amor a las nuevas tecnologías por encima de los propios seres humanos, la descarnada importancia del dinero, la falta de educación… Todo ello son directrices que Rivero y Vázquez saben ofrecer subrepticiamente, de manera contraria a lo que sucede en otras cintas de animación de carácter más infantil que terminan explicitando aquello que quieren contar. Porque no nos engañemos: Psiconautas es una película muy adulta, no sólo porque un niño sería incapaz de comprender los mensajes y las segundas intenciones que de ella se desprenden, sino porque el propio decadentismo que respira la obra está tan calculado que es necesario realizar un ejercicio de contemplación más profundo.
A estas consideraciones va unida una línea argumental bien cohesionada y que va ofreciendo los suficientes alicientes como para que la tarea de enganchar al espectador no desprenda únicamente de la ambientación. Así, los autores saben introducir cada vez más caracteres sin que éstos necesiten tener una participación permanente en el relato, de modo que, una vez cumplida su función, desaparecen de la pantalla definitivamente. No hace falta decir que esta sobreexplotación de aquellos personajes curiosos o graciosos ha sido un problema recurrente en el cine de animación contemporáneo, defecto que, por fortuna, no contemplaremos en esta cinta.
Además, otra de las claves que explica el fuerte magnetismo que logra la película es el ácido humor que de vez en cuando hace acto de presencia. Algunas veces las carcajadas vienen por el propio tono psicodélico de los personajes (es gracioso ver a un animal que habla), pero en otras ocasiones los gags están implementados en el momento justo para que sea inevitable reírse por lo estrafalario del asunto (véase la escena del “ingeniero”, por ejemplo). Una nota cómica que, lejos de estropear la crepuscular atmósfera de Psiconautas, la convierte en aún más relevante. Por lo tanto, que nadie se sorprenda si queda irremediablemente enganchado al desarrollo de una cinta con la que Rivero y Vázquez consiguen su doctorado en el cine de animación.