No es la primera vez que James Marsh nos pilla desprevenidos. Ya en 2008, con su aclamada Man on Wire, conseguía sobrecogernos con su sincera y sentida reconstrucción del sueño de Petit (un espectáculo de funambulismo en un cable que uniera las torres gemelas), erigiendo una clase de unidad ficticia que funcionaba más allá de cualquier final conocido. Ya mostraba una extraña dote puramente narrativa que, sin llegar a colisionar con el aspecto informativo característico del documental, actuaba complementándolo, implicando al espectador de lleno en la historia. Este talento incluía tanto un control eficiente del suspense y el tempo cinematográfico (cualidades no tan comunes en el campo documental) como una afilada intuición a la hora de seleccionar entrevistas y relacionarlas con el material de archivo ya existente, estableciendo lazos y subtextos que complementaban y enriquecían el hilo principal. Esta última característica, ligada completamente al montaje, resulta clave en la comprensión de los trabajos documentales de Marsh, que parten de una idea inicial que termina superada por detalles aparentemente menores. Si en Man on Wire la odisea del francés se narraba a la manera de un thriller, Proyecto Nim se basa en la estructura del ‹biopic› para, de primeras, cuestionar una posible adaptación animal en un entorno humano cerrado, y acabar dando más luz sobre nuestro propio comportamiento que sobre el sujeto de experimento.
Proyecto Nim comienza con la gestación de un estudio relacionado con las posibilidades del lenguaje, teniendo como meta el revolucionario hecho que supondría la comunicación entre humanos y chimpancés. Así surge la idea de introducir a Nim, un joven primate de un par de semanas (convenientemente robado de los brazos de su madre) en el seno de una familia liberal estadounidense, con la promesa de darle un trato completamente humano y comenzar a educarlo en el lenguaje de signos (anatómicamente, los primates no son capaces de pronunciar sonidos humanos). Esta será la semilla de un hipotético proceso de aprendizaje que derivaría en capacidad de construir frases gramaticalmente correctas por parte de Nim. Seguiremos el periplo de Nim a través de distintas entrevistas a sus cuidadores y profesores, intercaladas con abundante material de archivo de su crecimiento y evolución y alguna que otra representación ficticia. La narración lineal y su construcción dramática, con sus clímax y giros de un guión inexistente, implican al espectador en una realidad que se siente ficcionada y que, curiosamente, no funcionaría desprendiéndose de su aspecto documental.
Por otra parte, y en la línea de lo que ya comentamos, antes que el proceso de documentación del proyecto, que ya resultaría interesante de por sí, se centra en el aspecto humano y como cada uno de los implicados afirma su lugar en el mismo. Así, en vez de mostrar la evolución de Nim (que llegó a aprender y utilizar correctamente más de 100 palabras: nombres propios, comer, jugar, abrazar…), establece las relaciones entre los protagonistas con los mismos hablando desde el presente, sugiriendo odios y pasiones ocultos que parecen perdurar al paso de los años. Curiosamente, y como ya sucedía en su anterior documental, sus entrevistados parecen decir más de sí mismos con lo que callan que con lo que expresan y la imagen que pretenden afirmar. Aquí cobra gran importancia la falta de posicionamiento de Marsh, que deja que los entrevistados se explayen a fondo evitando crear un juicio del que cree capaz al espectador. De todos modos, resulta más que evidente la mala imagen que presenta el jefe del proyecto, en sus trece a día de hoy, con su egocentrismo y avaricia como bandera, o la primera “madre” de Nim, con su idealismo desfasado y sus delirantes teorías masturbatorias y sexuales (que dejarán dos de los momentos más extraños del film).
Obviamente, es válido como estudio de las capacidades de adaptación animales a un entorno humano, pero deja a un lado el aspecto lingüístico y casi filosófico de la premisa inicial en pos de un acercamiento a la escurridiza psique humana, caracterizando al Proyecto Nim como una muestra más del antropocentrismo inherente a nuestra especie, que trata de tener control sobre algo que la supera. Al final pareciera que el tema principal quedara sepultado por el aluvión de personalidades que la conforman, sus peculiaridades, rencores y manías. Enfoque éste que ya adaptarían documentalistas como Errol Morris en la fantástica Gates of Heaven o Herzog. Proyecto Nim, como la obra de Morris, también resulta válida como fresco de una época y lugar, en este caso los Estados Unidos de principios de los 70. Tocados por el conflicto vietnamita, impulsados por la explosión hippie y embotados con teorías europeas con el psicoanálisis a la cabeza, dieron cabida a proyectos como el de Nim y a otros mucho más disparatados. Una de las entrevistadas dice que su madre no les consultó a la hora de llevar a un chimpancé a casa, así como de su voluntad de criarlo y amamantarlo. Al fin y al cabo, «¡Eran los 70!»