La misión espacial Proxima llega al final de su preparación en la base de Colonia (Alemania). El equipo está capitaneado por un cosmonauta norteamericano junto a otro ruso. La tercera tripulante será Sarah, sometida como ellos a un entrenamiento extenuante durante varios meses. No es la primera mujer astronauta y por suerte tampoco será la última, pero la vida se detiene desde el momento que resulta elegida para formar parte de un largo viaje que durará más de un año. Su pequeña hija, Stella, también demostrará ser tan dura como su madre. En la base de la ESA —Agencia Espacial Europea— comienza esta aventura para ellas dos.
Varias películas sobre viajes espaciales centradas en sus protagonistas han resultado ser buenos ejemplos de cine comercial que —a pesar de distintos presupuestos económicos, además de planteamientos genéricos más cercanos o lejanos a la ciencia ficción— mantienen un punto en común. Todas suponen una revisión de un género poco practicado o mal reciclado en el cine desde los años ochenta, como es el de aventuras. Dejando aparte producciones rusas como Salyut-7, el componente aventurero une propuestas tan distintas como Gravity, Interstellar, Marte (The martian), First man o Ad astra. Todas ellas han sido posibles por tener grandes productoras financiando, directores reconocidos y estrellas en sus repartos. Quizás las más arriesgadas fueran Gravity por el uso del 3D junto a una puesta en escena poco convencional para un taquillazo de sus características. También el tratamiento antiheroico de una figura mítica como Neil Armstrong en el caso de First man. Todos estos films son interesantes en mayor o menor apreciación según cada espectador, desde un acercamiento épico como el de Christopher Nolan, cómico para Ridley Scott, terrorífico en Alfonso Cuarón y sombrío para Damien Chazelle. A falta de rescatar por mi parte la visión del de James Gray, se añade una perspectiva nueva, gracias a la directora francesa Alice Winocour que se sumerge en la psicología de Sarah Loreau, una mujer en pleno tránsito físico y mental hacia el espacio.
A pesar de los premios recibidos en los festivales de San Sebastián y Toronto, la cinta ha tenido numerosas objeciones acerca del tono frío y algunas licencias excesivas de situaciones que suceden en el guión. Pero ambas críticas se desarman tras ver el largo, porque incluso la cesión al sentimentalismo que se plantea en la pequeña fuga de Sarah de la base, saltando la cuarentena previa al lanzamiento, es un error afortunado para ver la majestuosidad del cohete en un paisaje crepuscular, reforzando también la unión entre madre e hija.
La cineasta escoge una estructura lineal para contar su historia. Así Proxima se presenta como una obra que aísla el conflicto, lo enfría poco a poco en un juego de tensión constante entre la niña y Sarah, su madre. Es una película de desarrollo más que de planteamiento, nudo y resolución, ya que no crea un enigma innecesario ni romances gratuitos, sino que modula su interés en la evolución de las protagonistas, en sintonía con la integridad serena de los personajes masculinos. Curiosamente resulta más evolucionado el retrato de un capitán en inicio machista como el que compone Matt Dillon, sumada a la confianza plena del cosmonauta ruso. Mientras que la emotividad y sensaciones más entrañables las transmite el matemático Thomas, que crece desde ser el antiguo amante, hasta que asume la paternidad con una responsabilidad y entrega casi femeninas. Un padre primerizo, capaz de desarmarnos con sus lágrimas al contemplar el despegue de la nave.
Las miradas son muy importantes en las complicidades o tensiones que se crean en las relaciones del elenco, silenciosas, veraces, cálidas en sus desencuentros. El plano en que se despiden Sarah cuando se asoma a la ventana del autobús que lleva los astronautas hasta la aeronave, bien vale el recuerdo de una película que fluye tranquila, reforzada por una tristeza subterránea leve, constante y —de todas formas— esperanzadora. Climática gracias a la textura emocional de los sintetizadores que recrean la partitura de Ryuichi Sakamoto. Humana por la presencia y los ojos enormes de Eva Green que se recuerdan después de la proyección. Y por esa tensión iniciática que palpita, late, retumba poco antes de comenzar cualquier aventura.