Si en Prospect, cortometraje homónimo con el que debutaban Christopher Cadlwell y Zeek Earl, ya se intuían los visos de un periplo que tenía algo de iniciático y del que se podía deducir la llegada a la etapa adulta, indispensable por el marco desfavorable en que los cineastas fijaban el microrelato —a ratos, casi esquemático— donde empezaban a componer un universo propio, su ópera prima en el terreno del largometraje decide seguir caminos colindantes en un ejercicio que en ocasiones se envuelve en cierta abstracción —en la contemplación del mundo creado y en las relaciones personales que, a la par, se van concibiendo como parte esencial de esa crónica—, pero que ante todo pone su mirada sobre el viaje de maduración de Cee, la protagonista.
Modesta en su aparato formal —más allá de si a nivel técnico se aprecia su exiguo presupuesto, hace gala de un minimalismo que define cuáles son los espacios en que se moverá el film—, la gran virtud de esta menuda pieza se concreta en la versatilidad otorgada a unos escenarios en los que componer en buena medida la imprescindible ambientación de Prospect. En ese aspecto, se antoja clave lo mudable de los mismos, tan capaces de llevarnos a la más pura de las inmersiones en el planeta donde se desarrolla la acción, como de generar atmósferas un tanto más oscuras y hostiles; virtud esta que entronca directamente con la persistencia de dos cineastas que ni por un instante corrompen el tono de la obra, construido con tesón y serenidad, y los señala como responsables directos de una composición cuyo equilibrio queda expuesto debido a la intención de instaurar un ritmo sosegado, que en varios momentos se sobrepone a la propia creación, desviando de algún modo el propósito de aclimatar escenarios y personajes a una tonalidad exacta, pero dirigiendo esa mirada personal y convencida.
Y es que es imposible negar los problemas que desliza Prospect en determinados puntos —y no hablo, como se podría pensar, de la ya mentada parte técnica—, pero por encima de eso nos encontramos con una película de voluntad férrea. Earl y Caldwell no abandonan en ningún momento una concepción intrínseca que ya se palpaba en su incursión en el cortometraje —aunque tuviese ciertos inconvenientes tonales en cuanto a cadencia que quedan resueltos para la ocasión—, y se parapetan en una narración pausada en la que ir delineando las motivaciones de los protagonistas. En ese ámbito, se siente parca la profundización que intentan llevar a cabo, y que apenas afrontan en un tramo inicial donde conoceremos en el aspecto más íntimo los pormenores de la relación que mantiene Cee con su padre, así como la ausencia de una figura materna que marcará todavía más ese vínculo, apresurando un ciclo —el de la madurez, en este caso forzada— inevitable para Cee.
Prospect destaca en última instancia por personarse como pieza vagamente genérica que esquiva algunas convenciones para propiciar una resolución coherente a todo lo desarrollado hasta el momento. Quizá nos encontremos ante una obra que no destaque en exceso más allá de la configuración del universo creado, pero sin duda se antoja una piedra de toque definitoria que nos presenta a dos directores cuanto menos con ideas, capaces de desarrollar una autoría que, lejos de sus imperfecciones, propone un panorama prometedor de ser capaces de subsanar unos defectos que ni mucho menos echan por tierra el trabajo de esta singular ópera prima.
Larga vida a la nueva carne.
Que manera de no decir nada… buen uso de la palabra escrita.
Jajajajaja toda la razón