Nicolas Cage y Sion Sono. La combinación no podía ser, a priori, más explosiva. El actor más polifacético y carne de meme junto a uno de los directores con un universo visual y temático más loco se unen en Prisoners of the Ghostland generando la expectativa de un ‹cocktail› como poco explosivo. Por ello, la decepción, si cabe, es aún mayor ante el resultado final que se nos ofrece.
Y es que todos los ingredientes estaban ahí dispuestos para asistir a un espectáculo sangriento de alto voltaje. Una historia ultra-violenta, que vira hacia lo fantástico, con yakuzas, venganzas y una tierra de nadie habitada por esos fantasmas del título en manos de Sion Sono hacían presagiar una oda al exceso, a la imagen alucinada, al plano estrambótico, a la narración deshilachada pero sugerente. En lugar de eso nos encontramos con una cinta terriblemente plana, inconexa en el peor sentido del término, visualmente repleta de los tropos habituales del director, pero como si hubiera pasado por un lavadora que hubiera desteñido de color, pasión y emoción lo narrado. Si el mejor Sono puede agotar por exceso, aquí lo hace a través de una desgana que nos hace pensar más en un trabajo de encargo rutinario que en algo en el que se ha volcado un interés real.
Si esto no fuera suficientemente frustrante, aún lo es más viendo la premisa tan atractiva de donde partía todo y, peor si cabe, arrastra consigo la interpretación de Cage. No esperen pues aquí, una exhibición de lo que el propio Nic denomina como ponerse “full Cage”. Ni su locura está debidamente explotada (incluso extrañamente contenida), ni tampoco acude a esos momentos de seriedad que, incluso en sus películas más intensas, nos suele regalar. Lo que vemos es, al igual que la dirección, una cierta desgana, un intento de explotar por momentos su catálogo de muecas, pero de forma sosa y desangelada.
Por más que le revienten un testículo (literal) o suelte frases presuntamente de antología («I’am radioactive») nada genera ni un esbozo de sonrisa, una emoción, una explosión de júbilo en la audiencia. Sin duda, es lo peor que le puede pasar a una película de este estilo: ya que no se le pide ni se espera clasicismo narrativo, como mínimo que se lance de forma trepidante por las simas de la locura. Mal asunto pues, cuando lo único que consigue generar es estupor (de inicio) y un alud de bostezos a posteriori.
Digámoslo claro, estamos ante una extravagancia, pero no en el sentido que estábamos esperando. Es como si Sono y Cage hubieran decidido jugar a subvertir, a romper las expectativas tanto del género como del respetable, tirando por ofrecer una visión más seria y contenida de un argumento que, se mire por donde se mire, solo podía haber sido ejecutado desde la desfachatez festiva del descontrol a todos los niveles, convirtiendo cada plano en un objeto independiente a celebrar e incluso a ser reivindicado ni que fuera a través de memes. En su lugar, Prisoners Of The Ghostland se puede resumir fácilmente con la frase: «En su cabeza era espectacular». Lo malo es que en la nuestra también y, mira, no.