El Oso de Plata al Mejor Director en la Berlinale 2013 nos dejó a todos bastante sorprendidos cuando fue a parar a manos del americano David Gordon Green por su trabajo en Prince Avalanche, que supone la vuelta del director y guionista al cine independiente con el que empezó, y que en los últimos años había dejado de lado en favor de comedias más comerciales (y de dudosa calidad) como Superfumados, Caballeros, princesas y otras bestias y El canguro. Gordon Green llevó en secreto la producción de su última película, un remake de la comedia islandesa de 2011 Either way, hasta que no estuvo terminada, y su presentación tuvo lugar el pasado Enero en Sundance. En Berlín, no sólo se ganó el favor del jurado, sino también el de la mayor parte de los espectadores que pudimos verla con esta fábula de ‹losers› que divierte y conmueve a partes iguales.
Prince Avalanche trata de un hombre que pasa el verano de 1988 arreglando las carreteras de un bosque de Texas tras los terribles incendios que sufrieron en esa zona el año anterior junto con su cuñado, algo falto de miras. Solos y aislados del resto del mundo, ambos aprenderán a conocerse a sí mismos y entre ellos, aunque sea a través de situaciones que les ponen al límite de sus posibilidades. Este análisis amable pero a la vez crítico del hombre y sus circunstancias sigue al milímetro los ya muy establecidos patrones del género indie, pero llevados a buen puerto, sin que resulten en exceso repetitivos o manidos.
Como hemos dicho antes, en esta película Gordon Green regresa al cine de sus orígenes, de George Washington o All the Real Girls, con el estilo reflexivo y poético que le dio prestigio, pero el resultado final, aunque agradable, es algo irregular. Es indudable que tiene momentos de genialidad (la borrachera, los dos protagonistas hablando alemán en el coche…), pero por otro lado, se echa de menos algo más de acción, ya que en algunas ocasiones la película parece que vaga sin rumbo a ningún sitio. También hay algún elemento surrealista y onírico que parece metido para rellenar, y que no pega con el conjunto realista, aunque a veces sea exagerado, del resto de la historia.
La película se sostiene en su buen guión, cargado de ocurrentes y agudos diálogos, y en la solvente interpretación de sus dos protagonistas, que deberían haber sido los justos ganadores ex aequo del premio al mejor actor. Emile Hirsch, el actor actual más camaleónico, aquí podría pasar físicamente por el hermano pequeño de Jack Black, y borda su personaje bobalicón sin nada de maldad. Pero es un Paul Rudd en estado de gracia el que se gana el corazón de los espectadores, un hombre bueno, enamorado, paciente, y que, encima, está aprendiendo a hablar alemán. El cóctel perfecto para enamorar incluso al más duro. La enorme química entre los actores hace absolutamente creíble su relación, típica de caracteres opuestos condenados a entenderse, y a ayudarse el uno al otro en el camino sin salida por el que avanza su vida.
Aunque no sea lo nunca visto, Prince Avalanche, pequeña, sencilla, y esperanzadora dentro de su tristeza, es una película de lo más agradable, que deja, si no completamente satisfecho, por lo menos con un buen sabor de boca a todo el mundo, porque es como un trozo de realidad recortado y pegado en una pantalla. De lo mejor que se proyectó en la Sección Oficial de la Berlinale, y nos alegramos de que tuviera su recompensa.