En muchas ocasiones, tendemos a pensar que los adolescentes de hoy en día son unos privilegiados. El hecho de haber nacido en el mundo digital, lo que les da acceso a fuentes de comunicación y de información que eran imaginables para aquellos que nacimos antes de los 90, es la principal razón de que realizamos esta clase de valoraciones. Su actitud, normalmente despreocupada, no es sino el reflejo de una etapa de la vida por la que hemos pasado todas las personas, pero esta “edad del pavo” se ve acentuada por lo mucho que creen saber acerca del mundo y de ellos mismos.
Sin embargo, esta línea de pensamiento no responde con exactitud a la realidad. Si bien es cierto que las evoluciones tecnológicas y comunicativas han facilitado la vida de la adolescencia en muchos sentidos, otros aspectos de la sociedad actual no son tan benévolos con este segmento de edad. Las consecuencias de la crisis económica y la amenaza de un nuevo letargo económico global amenazan su futuro y el de sus padres. El cambio climático, aunque se utilice con fines veladamente partidistas, no deja de ser un grave riesgo para el devenir del ser humano y sus descendientes. Y lacras como el racismo, lejos de desaparecer, se ven acentuadas a raíz de los flujos migratorios de refugiados y otras personas que huyen de sus países en conflicto.
En Primeras soledades, un documental que Claire Simon realiza en base a testimonios de adolescentes de varias zonas de París, se dejan ver todos estos aspectos de una manera bastante explícita. Los jóvenes mantienen conversaciones entre ellos o con adultos acerca de varios de los problemas que les afectan directa o indirectamente. Además de los aspectos que hemos mencionado, es obvio que lo primero que les preocupa a estos adolescentes es su círculo más inmediato, el familiar, y este no siempre es un nido de amor y de paz.
La cineasta combina estas secuencias de diálogo, que reflejan los desafíos afrontados por los adolescentes, con otras escenas en las que estos aparentan todo lo contrario: esa despreocupación general motivada por los privilegios a los que hacíamos referencia. En cierta manera, lo que Primeras soledades parece querernos transmitir es que ese creciente individualismo de la sociedad que muchos analistas del comportamiento humano suelen sacar a colación, es realmente cierto. Los adolescentes de hoy en día, aunque gocen de algunas ventajas, están cada vez más aislados. La soledad ha pasado de ser un riesgo de adultos y ancianos para comenzar a ser ya una realidad de muchos chavales que ni siquiera llegan a la mayoría de edad. Muchos de los adolescentes que aparecen en el vídeo se dan cuenta y por ello tienden a valorar con más cariño todavía sus lazos familiares.
En lo que se refiere al aspecto formal de Primeras soledades, cabe decir que el documental se nutre casi exclusivamente de fragmentos de conversaciones de los adolescentes. Solo en contadas ocasiones, un plano del entorno o de un joven escuchando música se cuela entre esta abundancia de diálogos, pero aun así aquellos siempre quedan justificados por la línea marcada desde el guion (la música es siempre diegética, por ejemplo). Por un lado, es verdad que siguiendo los diálogos se puede despejar un poco más esa cuestión que sobrevuela siempre acerca del pensamiento y las preocupaciones de los adolescentes, de los que normalmente resulta difícil obtener una respuesta si les preguntas de manera directa acerca de ello. Por otro lado, lo cierto es que esta manera de plantear el documental tiende a agotar la paciencia de los que estamos al otro lado de la pantalla, ya que muchos de los diálogos son muy similares entre sí (algo lógico, por otra parte) y el film carece de más argumentos para captar la atención fuera de estas conversaciones.