Resulta tentador asociar este debut de la británica Alice Lowe al cine de su compatriota Ben Wheatley. Tan tentador que lo voy a hacer: Prevenge se diría heredera directa de Turistas, la comedia negra con la que Wheatley empezó a hacerse un nombre en nuestro país y que Lowe protagonizó y coescribió. Todo lo que brillaba en aquella película está, de un modo u otro, en Prevenge: humor esquinado e incómodo, violencia brutal, estética envolvente y sugestiva, y una habilidad innegable para retratar las fracturas psicológicas de personajes, por lo demás, extrañamente humanos. En el caso que nos ocupa, sin embargo, no asistimos a una inmersión gradual en la locura, sino que estamos obligados a convivir con ella desde el principio, siguiendo las peripecias de un personaje enfrascado en una espiral homicida cuya motivación se nos irá revelando paulatinamente.
Así, bajo la apariencia de una ‹revenge movie› al uso, Lowe explora las posibilidades tanto humorísticas como aterradoras de su relato, desvelándose una directora perfectamente capacitada para aunar comedia y horror en un mismo plano, merced a un tono hipnótico y desconcertante en el que el escalofrío y la sonrisa culpable van de la mano. La dificultad que implica no sucumbir a la parodia o el delirio gore resulta meritoria: aun con un ojo firmemente puesto en el humor (más soterrado que explícito), sabe dejar vislumbrar, cuando lo cree oportuno, las grotescas implicaciones dramáticas de lo que se nos está narrando, al tiempo que no permite que su rocambolesca trama pierda fuelle o se siente excesivamente frívola o carente de sentido.
Como puede intuirse, el éxito de Prevenge se basa en una cuestión de tono, de mirada. Puede discutirse si esa mirada es lo suficientemente personal como para dotar de entidad a la propuesta, o si bien la huella de Wheatley y de otros cultores de la comicidad cruel resulta demasiado alargada. Lo que más chirría a quien esto escribe, sin embargo, es otra cosa que no tiene tanto que ver con la originalidad como con la sustancia. Aunque habrá quien pueda/quiera ver una parábola monstruosa sobre lo femenino y/o la maternidad, a menudo impera la sensación de estar ante una broma sofisticada que no lleve a ningún sitio de especial trascendencia; una broma, eso sí, poderosamente plasmada en pantalla, pero broma a fin de cuentas.
Y es que, si bien la clave del embarazo como motor de alienación invitar a reflexionar sobre insólitas tomas de conciencia de lo femenino en un mundo regido por hombres, la sensación que permanece al acabar la función es la de haber asistido a un divertimento violento en el que no había demasiadas cosas en juego. Ello, hay que decirlo, no impide disfrutar intensamente del viaje recorrido: pocos autores saben integrar la demencia y el crimen en un paisaje cotidiano tan anodino como el que exhibe la película y crear, por contraste, situaciones y momentos que rozan directamente la fascinación. Lowe narra con un pulso tenso ya desde su mismo arranque, situando al espectador en una inquietante tierra de nadie en la que cualquier cosa puede pasar.
Asimismo, la presencia de Lowe actriz, imponente asesina serial que gesta simultáneamente en su interior vida y furor homicida, aporta el toque de humanidad y magnetismo necesarios para que Prevenge agarre al espectador y no lo suelte hasta su desenlace. En el camino, su autora nos ha regalado momentos impagables de cine turbio, diálogos por encima de la media y la sensación de estar ante una directora de futuro, osada en lo dramático e inspirada en lo formal (si perdonamos cierto toque ‹arty› excesivo en algún momento puntual). Que obras de más enjundia estén al caer parece más que probable. Por el momento, Prevenge ofrece algo que ya merece nuestro elogio: una espeluznante historia de dolor y venganza marcada por el signo de una feroz (y sangrantemente cómica a su pesar) misantropía.