Cuando se habla de mujeres de otras épocas desde el relato creado por la perspectiva hegemónica patriarcal, y tras superar primero la invisibilización, tradicionalmente se podía encontrar una especie de complacencia con el orden establecido. Como si todas las mujeres de todas las épocas en los relatos históricos y las descripciones de los procesos que los transforman, estuvieran de acuerdo sin más con el ‹statu quo›. Pero sabemos de sobra que no es así y a lo largo del tiempo siempre han existido voces, narraciones y figuras que sirven de registro precisamente de este tipo de conflictos. El mito de Antígona podría ser perfectamente un ejemplo de expresión de estas tensiones latentes en las sociedades desde la antigüedad sobre la situación desigual y la opresión sufrida por las mujeres. Este mito sirve de eje temático y discursivo sobre el que Margarita Ledo construye su nueva película, Prefiro condenarme (2024), que se cimenta sobre esta reflexión: siempre han existido mujeres que se han rebelado contra los de arriba, contra las injusticias y que de esa manera han creado genealogía de la lucha feminista, asumiendo cualquier posible consecuencia, con todo en su contra.
Es el caso de Sagrario Ribela Fra, una mariscadora de la ría de Ferrol nacida en 1939, en cuya vida se basa este trabajo híbrido de no ficción y a partir de cuyo testimonio oral descubrimos una vida de penurias, sacrificio, supervivencia y superación de condiciones adversas. Desde las circunstancias de su nacimiento, la relación con su madre, sus relaciones amorosas y hasta llegar a un juicio por adulterio en 1972 del que sale sorprendentemente absuelta, en plena dictadura. Al igual que ocurría con su anterior largometraje, Nación (2020), la directora combina multitud de recursos en la construcción de su dispositivo formal. Utiliza intérpretes profesionales para encarnar a distintas versiones más jóvenes de Sagrario que dramatizan momentos de su vida y otras personas clave como el gran amor de su vida, Nicolás; incluye material de archivo, entrevistas, ‹performances›, conversaciones con el reparto y la participación de la actriz Melania Cruz y su fascinante voz como una versión de Antígona cargada de un fuerte peso simbólico en su presencia y sus soliloquios, que permite generar un fuerte paralelismo entre esta figura de la mitología griega, hija de Edipo, cuyo trágico destino sublima su desobediencia ante las leyes injustas. Un derecho a la desobediencia que Sagrario reclama en su vida, exigiendo el mismo trato social, político y legal para el deseo y la capacidad de amar de las mujeres.
También, como en Nación, encontramos la exposición del trabajo de las mujeres, de las mariscadoras de la ría de Ferrol con sus pies descalzos sobre la arena, de su participación en las labores de recolección en el campo, de las empleadas en las factorías de las conserveras dispuestas en interminables hileras y su salida de la nave industrial. Imágenes que nos remiten a las que aparecían en su anterior filme de las fábricas de cerámica repletas de mujeres realizando un trabajo por el que no eran compensadas de manera justa. Aunque el trabajo no es el foco de este largometraje, el origen de clase trabajadora de Sagrario se subraya como uno de los condicionantes a las restricciones a su felicidad y libertad impuestas por la estructura social franquista y el nacionalcatolicismo. Todo desde la hipocresía inherente a una legislación creada en base a los textos religiosos, que juzga de manera radicalmente distinta desde ciertos principios morales opresivos a hombres y mujeres por exactamente los mismos hechos. Margarita Ledo realiza una búsqueda sistemática de la evocación poética en imágenes de la vida cotidiana, en sus recreaciones y en las experiencias de una mujer más de una generación de hijas y madres conectadas por las mismas vivencias, que permiten de nuevo conectarlas con luchas similares de las mujeres en la actualidad.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.