Aunque sea difícilmente inseparable, hay que hacer una reflexión al respecto de lo Brandon Cronenberg propone y plasma como autor con entidad propia y lo que la herencia familiar representa. Un debate que quizás no debería llevarse a cabo si estuviéramos ante un director alejado de lo que David Cronenberg ofrecía, esencialmente en su primera etapa cinematográfica. El caso es que tanto Possessor como su anterior film, Antiviral, nos ponen en un contexto que hace imposible la no comparación, el hablar de legado.
Si ya en Antiviral estábamos ante la obra de un alumno aplicado formalmente con sus espacios de extrañamiento aislado, con sus metáforas sobre la nueva carne y la alienación individual, en Possessor vamos un paso más allá poniendo de relieve el aspecto tecnológico y la identidad de género, con una profusión más elevada de violencia y gore. Todo ello, sin embargo, con un enfoque visual más alejado de ese entorno aséptico siniestro de Antiviral y más vinculado a la saturación colorista emocional que nos pondría en la órbita de Panos Cosmatos (que Andrea Riseborough sea la protagonista parece confirmar dicha afinidad).
Con ello Brandon Cronenberg empaca un film correcto, algo más sólido que su ópera prima, pero que nos deja ciertas dudas al respecto de su entidad como director, especialmente en su apartado visual. No podemos decir que en Possessor nos encontremos ante una propuesta fallida, pero sí da la sensación de que hay un viraje hacía otro tipo de enfoque que tiene que ver más con hacer una película en la línea de “lo que se lleva” que de una marca autoral propia.
En lo temático, como decíamos anteriormente, es evidente que tiene los deberes hechos y la lección muy bien aprendida, pero así como David Cronenberg usaba estas temáticas casi como profecías, como advertencias al respecto de un uso degradado y degradante de la medicina o de las nuevas tecnologías, Brandon Cronenberg parece limitarse a usarlo como reflejo hiperbólico de lo que ya está sucediendo a día de hoy, casi como lo acontecido con Black Mirror, donde la realidad ya ha superado demasiadas veces la ficción propuesta.
El conflicto pues con Possessor es que aún siendo un film de género bien ejecutado, no aporta nada excesivamente nuevo ni en lo temático ni en lo visual, por mucho que quiera disfrazarse de rompedor. El debate pues está entre la distopía admonitoria o el mero reflejo de la actualidad a través del género. No es que esta última opción sea per se algo negativo, pero entre esto y los derroteros visuales en deriva del film nos da la sensación de estar ante un director que sigue buscando su lugar, su personalidad más allá de la potencia que el apellido Cronenberg le otorga. Possessor pues está en la encrucijada que puede situar al director en una posición referente en el género o condenarle a seguir siendo objeto de visionado y comparación eterna por el mero hecho de apellidarse así. De momento ligera decepción con un segundo film del que, sinceramente, esperábamos algo más que las dudas que plantea.