Suspense, terror, fantasía, drama… Estos son algunas de los géneros con los que podríamos calificar a una película tan alucinante como enigmática, Posesión (Possession, 1981) participa de todos ellos sin adscribirse decididamente en ninguno, más bien cabría hablar de terror de autor, fantasía transida de cotidianidad o drama delirante, con todo resulta harto complejo encasillar a un film que marcó un hito en el cine europeo de los ochenta por su irreverente subversión de los géneros, pues parte de ellos para transmutarlos sin rubor, desvirgando los cánones clásicos. Posesión constituye una piedra angular de la cinematografía de Andrzej Zulawski, verdadero «enfant terrible» del nuevo cine polaco, que hubo de emigrar a Francia para poner en escena su particular visión de una realidad constantemente amenazada por el lado oscuro. A diferencia de otros grandes cineastas polacos que decidieron emigrar a Europa occidental, como Roman Polanski o Jerzy Skolimowski, Zulawski insiste en retratar la crueldad como cualidad pecaminosa inherente a la naturaleza humana. Esta descabellada e hilarante metáfora sobre el infierno de la pareja no deja indiferente a nadie, lírica y prosaica a partes iguales, consigue cautivar al espectador por una suerte de amalgama de géneros, un cóctel explosivo de sangre, sudor y lágrimas.
Sórdida y perturbadora, esta inverosímil historia de «amour fou» entre una atractiva joven y una criatura diabólica viscosa y tentacular (obra del mítico Carlo Rambaldi, creador de Alien, E.T. y King Kong) al que alimenta y con el que mantiene relaciones sexuales, cala en el subconsciente del espectador que presencia extrañado como ese íncubo-amante va adoptando forma humana hasta constituirse en un perverso doble del marido, esta kafkiana metamorfosis del Otro dará lugar a un ser superior, anticristo o superhombre, que con siniestras intenciones suplanta la identidad de aquel.
La historia es escalofriante y rocambolesca: en un lúgubre Berlín occidental, con el muro y la guerra fría como telón de fondo, Marc (Sam Neill), un agente del servicio secreto, casado y con un hijo, regresa de un viaje y encuentra a su esposa Anna (Isabelle Adjani) totalmente cambiada y perturbada. Esto desencadena un drama conyugal, finalmente Anna le confiesa que tiene una aventura amorosa y lo abandona. Marc cae en una terrible depresión que lo lleva al borde de la locura. Unas semanas después, el detective privado que contrata para que espíe las andanzas de Anna, es salvajemente asesinado. La verdad se revelará monstruosa. A partir de estos elementos, Zulawski consigue trascender los tópicos del cine de intriga gracias a la introducción del elemento fantástico y una efectista puesta en escena, decadente y de una frialdad cortante que llega a provocar ansiedad en el espectador más avezado.
Una mención especial merece la fotografía de Bruno Nuytten, liberadamente sucia, que dota a la película de una atmósfera malsana en un Berlín vacío, oscuro y húmedo y, como no, las interpretaciones, que rozan el más crudo histrionismo pues Zulawski lleva a sus personajes al límite, como equilibristas suspendidos sobre el abismo de un mundo amenazante que les aboca irremediablemente a la autodestrucción. La frenética y estremecedora interpretación de Isabelle Adjani le hizo merecedora del premio a la mejor interpretación femenina en el festival de Cannes y del César de la Academia francesa. Antológica es la escena donde la mujer sufre un violento aborto en un pasillo del metro.
En definitiva, esta coproducción franco-alemana que en ocasiones roza el ridículo y en otras alcanza cotas de surrealismo, entre el gore y el terror psicológico es, sin duda, una de las películas más bizarras de la historia del cine, resulta del todo imposible permanecer impasible ante un espectáculo vertiginoso y casi escatológico que provoca desasosiego y revela que el miedo al cambio es la verdadera razón que produce monstruos, metamorfosis o metáfora de como el odio, oscuro reverso del amor, transforma y destruye a las personas.