El intento del cine de animación patrio por seguir explorando vías resulta loable desde la perspectiva de un género al que en nuestro país no se suele prestar la atención que se debería: ello queda constatado incluso en el hecho de que obras de una compañía como Ghibli puedan tardar en llegar y en ocasiones ni siquiera se estrenen (como fuera el caso del From Up on Poppy Hill de Goro Miyazaki).
Pos Eso supone en ese ámbito el debut en el terreno del largo de Samuel Ortí Martí (más conocido como Sam), que ya había cosechado buenos resultados en su faceta como cortometrajista, llegando a ser nominado en dos ocasiones a los Goya —por El ataque de los Kriters asesinos y Vicenta— e incluso viendo como uno de sus trabajos era preseleccionado para competir en los Oscar.
Sin abandonar su faceta de cineasta apegado a una técnica como la del «stop motion», contexto en el que el cine español había logrado sendos triunfos a nivel cualitativo con títulos como Gritos en el pasillo o El apóstol —que hasta recibió el Premio del público en Annecy—, Ortí Martí traslada los rasgos de su cine a un formato no exento de riesgo para un autor que lleva años moviéndose en terrenos donde manejar filias y fobias puede no resultar tan contraproducente.
No obstante, el cineasta español parece tener claro cual debe ser el paradero de su ópera prima, y así lo indica desde sus primeros instantes en que Pos Eso se transforma ya en un hervidero de referencias. No obstante, ese punto donde desde Indiana Jones hasta El exorcista tienen cabida, no se convierte en un desabrido espectáculo de relaciones cinematográficas, en especial gracias a la capacidad de Ortí Martí por reformular los códigos del género e introducir elementos que nos llevan desde el folclore más puro a la España más profunda y casta. Ese gesto tan sencillo que incluso se podría tildar de obvio si no fuese porque se logra establecer un universo acorde con el imaginario de su creador, desvela una personalidad que es la que precisamente confiere a Pos Eso una relativa ventaja en un marco donde se podría precipitar con facilidad.
Gracias a ello, Pos Eso pronto deriva en un producto divertido, arrojado y, por qué no, orgulloso de serlo, y la danza de referentes cobra un sentido que probablemente de otro modo no habría tenido. El dinamismo de la propuesta, ese vaivén de situaciones atiborradas de personajes de sobra conocidos en el ámbito estatal y la factura de una propuesta que maximiza sus virtudes, hacen de la ella una agradable vía de escape a la —por lo general, y obviando casos que no es necesario menta— cursi y poco imaginativa animación española, o por lo menos en un principio. Y es que aquello que en sus primeros compases había devenido virtud indisociable del carácter del film de Ortí Martí, termina por jugar en su contra en un último tercio donde el ingenio y la chispa quedan soterrados por una reiteración dañina e incluso un tanto hastiante.
Pese a ello, se podría decir que las virtudes de Pos Eso revierten en parte sus defectos haciendo del trabajo de Ortí Martí una obra que, si bien no concreta algunas de las posibilidades que maneja, como mínimo resulta apreciable y aporta al panorama de la animación patria un ejemplo del que tomar nota. No tanto por el hecho de ejecutar un ejercicio distinto, sino por hacerlo contemplando un humor capaz de ennegrecerse lo suficiente, además de una galería donde la (sub)cultura es expuesta ante un terrorífico contexto que bien podría servir de espejo reflector.
Larga vida a la nueva carne.