Año 1959. Francia. Las secuelas de la segunda guerra mundial apenas comienzan a difuminarse y un orgullo patriota herido a causa de la victoria lograda gracias a la ayuda “yankie” apenas presenta sus primeras cicatrices. La hasta entonces reverenciable figura del héroe soldado está a punto de enfrentarse a una nueva tendencia social en donde la paz y el amor secuestrarán toda su popularidad. Al mismo tiempo, la mujer expresa sus deseos de adquirir autonomía, reivindica su derecho a decidir y manifiesta su capacidad de destacar en ámbitos tan válidos como aquellos que ocupan los hombres. En esta última posición se encuentra la protagonista de Populaire, Rose Pamphyle, una jovencita de incuestionable iniciativa que decide contradecir las órdenes de su padre y abandonar su hogar para seguir sus deseos de convertirse en una competente secretaria. Por el momento nos encontramos ante una manida historia de superación que encuentra el escenario perfecto en la transición entre dos décadas que marcará un importante punto y a parte social. Veamos como sigue.
Época de cambios sociales, sí, pero también cinematográficos. Recordemos que por aquel entonces el cine experimentaba su primer punto de inflexión importante: por una parte, estaba la recién aparición de la televisión, que en aquel entonces se presentaba como una nueva fuente de entretenimiento obligando al cine a reinventar su identidad. Por otra, las fórmulas de la narrativa cinematográfica clásica empezaban a mostrar signos inequívocos de desgaste (especialmente en la industria Hollywoodiense). El caso es que precisamente en el año 1959 el cine francés proporcionó un nuevo enfoque estilístico dentro del terreno europeo, con películas como Los cuatrocientos golpes (François Truffaut), Al final de la escapada (Jean-Luc Godard), Hiroshima, mon amour (Alan Resneis) o El bello Sergio (Claude Chabrol), iniciando de este modo la era del cine moderno. Y más tarde, directores como Martin Scorsese, Steven Spielberg o Francis Ford Coppola se sirvieron de esta renovación estilística francesa para ofrecer lo que algunos considerarían lo mejor del cine americano.
Con lo que tenemos una victoria americana dentro de una guerra combatida en territorio francés y una renovación del cine americano soportada por las bases del modernismo francés. Pero centrémonos en la película. En sus primeros minutos Populaire se asemeja bastante a la manida película convencional en la que un personaje de clase baja termina (como todo el público espera) siendo una celebridad ante el mundo entero. Y ciertamente, lo que a priori encontramos es una pieza puramente académica tanto por lo que respecta a la estructura narrativa (de tres actos y provista de los elementos narrativos más manidos en las historias de superación) como en la dirección (una planificación convencional ayudada por una fotografía y una escala de encuadres igualmente convencionales). Pero para nuestra sorpresa, la película pronto empieza a introducir elementos narrativos inesperados que acaban por convertir una historieta académica en un ejercicio de sortear convenciones con métodos imprevisibles.
Los protagonistas abandonan su posición de monigote estereotipado para convertirse en interesantes personajes que tienen sus virtudes, defectos y las contradicciones entre emociones y racionalidad tan propias del ser humano. En esto último intervienen notablemente las secuelas de una guerra que todavía es el pasado más inmediato, secuelas que hacen su acto de presencia en una lograda metáfora manifestada en forma de triángulo amoroso: el amor platónico de Échard (personaje principal masculino del film) es una mujer casada con un ex-paracaidista marine, con quien se conoció tras el Desembarco de Normandía y que a su vez es el mejor amigo del primero (nuevamente encontramos la victoria amarga que supuso para los franceses unir sus fuerzas con los americanos). Así es como descubrimos que tanto Rose como Échard son dos personajes que tan pronto resultan entrañables como detestables, y no por algún defecto del guión ni mucho menos por descuidos de la dirección, sino sencillamente porque, como se ha dicho, son personas con sus virtudes y sus defectos.
En cuanto al aspecto formal, es poco menos que brillante el modo con que Regis Roinsard empieza a introducir sin previo aviso elementos estilísticos propios de los autores que en los años setenta revolucionaron el cine estadounidense, centrándose especialmente en los recursos más identificativos del gran Martin Scorsese. Me refiero sobre todo a las secuencias del campeonato de mecanografía, secuencias rodados con asombrosa agilidad de las que resultan trepidantes competiciones que (salvando las distancias) poco tienen que envidiar a los combates de Toro Salvaje. A ello se suma el frenético tempo de la película, que cuanto más avanza más cómodos nos hace sentir. Deslumbrantes secuencias de “entrenamiento” para el concurso de mecanografía, transiciones de una situación a otra narradas mediante un ágil montaje, imágenes alegóricas como la de los folios planeando en la habitación en la que Rose agiliza sus dedos… Todo ello convierte Populaire en una película deliciosa y disfrutable como pocas.
Esta mezcla de influencias de cine americano tanto anterior como posterior al New Hollywood hace que podamos encontrar en la película múltiples referentes estilísticos de épocas muy diversas; como son los casos de la mayor joya de Blake Edwards, Desayuno con diamantes, y una de las grandes maravillas de Pixar, Ratatouille. De modo que resulta evidente que las influencias del debutante director francés son anchas, algo que, en mi opinión, ya merece cierto elogio. Pero más elogiable es todavía la interesante parábola con que Régis Roinsard reparte el mérito de su logro entre Francia y América, pues nunca deja de citar la mencionada unión de fuerzas que se dio en la segunda guerra mundial: con ello entendemos que, igual que en los años cuarenta los americanos sacaron lo mejor de sí (valoraciones éticas aparte) luchando en territorio francés, Populaire es una película que emplea las mejores armas de la narrativa americana para lograr un excelente film que, como sucedió en los años setenta con la ‹Novelle vague›, hoy en día solo es concebible en Francia. Un elogio más por la precisión del contexto histórico (1959).