Una pequeña emisora de radio como única localización, tres personajes principales, una docena —a lo sumo— de secundarios y extras, quince días de rodaje, un poco de ingenio y un buen dominio del uso de la palabra hablada son los únicos ingredientes necesarios para dar una vuelta de tuerca —¡y qué vuelta!— al tan trillado en los últimos años subgénero zombie con un irrisorio presupuesto de un millón y medio de dólares.
Olvidad planos aéreos con cientos de infectados, olvidad desmembramientos y litros de sangre fluyendo por todas partes, olvidad espectaculares persecuciones en esos escenarios apocalípticos que tanto nos gustan a los amantes de este tipo de cintas. En Pontypool seremos testigos de un holocausto zombi en toda regla, pero no a través de nuestros ojos, sino a través de los oídos; a través de la palabra —que actúa como arma de doble filo— transmitida por un locutor de una radio local que, ajeno a la situación exterior, se limita a narrar las atrocidades que van llegando a la emisora y, como nosotros, a imaginar cómo debe ser la situación de puertas para afuera.
En este aspecto, Pontypool —basada en la novela Pontypool Changes Everything— se aprovecha de los mecanismos literarios dejando que imaginemos a nuestro gusto los eventos narrados, generando así una experiencia diferente en cada espectador en la que el único denominador común será una tensión que, si bien tardará en ser palpable debido a un primer acto algo largo, irá en aumento conforme avance la cinta hasta alcanzar cotas más que aceptables. De este modo se demuestra, llevándola casi al extremo, que la máxima del cine de género que dice «sugerir es mejor que mostrar» continúa siendo muy efectiva.
La gran virtud de Pontypool radica pues en su naturaleza de ‹bottled movie› en la que no abandonaremos a nuestros protagonistas durante su encierro involuntario mientras se enfrentan a una amenaza exterior, recordando la esencia del cine de John Carpenter y acercando aún más si cabe al amante del género a la cinta. Pero obviamente, donde hay virtudes también hay puntos débiles, centrados en que el ritmo de la película no es todo lo regular que debería ser y en que, para disfrutar al completo la experiencia, hay que hacer algunas concesiones al guión en cuanto a la explicación del fenómeno central de la filme.
Pese a todo, Pontypool se ha convertido en una de las grandes sorpresas del cine de género de los últimos años, dejando claro que el talento y el ingenio están por encima de los medios, y eso, para un servidor, es el mayor mérito que una cinta de estas características puede tener.
Vedla cuanto antes.
Y recordad: Menos es más, menos es más, menos es más… Menos. Es. Más.