Welcome to the marvellous world of odorama, una novedosa técnica diseñada por John Waters y sus secuaces con la sana y cinematográfica intención de que los espectadores que acudieran en 1981 a los cines a contemplar ese maravilloso American Way of Life de una familia media de Baltimore que centra la trama argumental de Polyester, pudiesen deleitarse con los aromáticos olores que percibían en su quehacer escénico diario Divine and company a través de una tabla con una serie de etiquetas numeradas que debían ser rascadas por orden cronológico por el espectador en el momento en el que en la pantalla amiga apareciese de forma parpadeante el número correspondiente al olor que Waters deseaba que llegase al público presente en la sala en esa precisa escena. Con esta declaración de experimentales intenciones arranca una auténtica perla del cine underground norteamericano que es Polyester, del no menos vanguardista y excéntrico cineasta nacido en Baltimore (Maryland), John Waters, creador, entre otras alhajas del séptimo arte, de las imprescindibles Pink Flamingos, Cosas de hembras o El lágrima.
Waters fue y aún es el «enfant terrible» del cine independiente americano, un tótem del mal gusto elevado a la enésima potencia que empleó todo su buen hacer en lo que respecta a plasmar el aspecto más desagradable y aberrante de la vida para pintar inteligentes y muy cáusticas sátiras, de las mejores que se han filmado en el cine americano en toda su historia, logrando crear una escuela muy personal a la hora de edificar esa comedia negra independiente de la que bebe buena parte de ese cine ácido contemporáneo que abraza la repugnancia visual con la clara intención de arrojar una áspera denuncia acerca de los mezquindades presentes en esa clase media sustentadora de la estructura social dominante de cualquier nación.
Ya muy alejada de ese cine de trincheras, pretendidamente fea desde el punto de vista visual y transgresor desde el formal, que tantos seguidores anexionó al cine del de Baltimore, Polyester podría catalogarse como el primer paso de Waters con vistas a abrazar un cine más correcto conceptualmente y por tanto atractivo en términos comerciales, si bien manteniendo aún ese recurso de autor de dar el protagonismo a gente de su confianza como a la mítica Divine y otros actores habituales de los primeros años de carrera del cineasta americano al igual que a esa apelación rutinaria de apostar por historias interpretadas por personajes anormales y desviados con claros problemas de adaptación social forjados en un estilo de interpretación que hace del histrionismo teatral y el exceso su filosofía inquebrantable. No obstante, a pesar de estas líneas de ruptura, la cinta posee un revestimiento más convencional que sus hermanas de los años setenta lo cual permite que la cinta sea más accesible para un público menos habituado a contemplar la mirada del lado más guarro de la vida que tanto gusta radiografiar al bueno de Waters.
La película narra la historia de una para nada tradicional familia media americana de Baltimore que habita esos aislados barrios residenciales situados en las afueras de la ciudad compuesta por un padre propietario del único cine porno de la ciudad, hecho que provoca que la familia sea foco de los odios de sus decentes vecinos a pesar de que muchos de ellos visiten clandestinamente el local programador de explícitas secuencias cinematográficas y una madre gorda adicta a la comida y al alcohol para olvidar los cuernos que su marido le pone con su joven y ambiciosa secretaria, así como para evitar pensar en la obsesión hacia los pies femeninos y la adicción a las drogas que padece su esquizofrénico hijo adolescente y la falta de cerebro que se percibe en su alocada hija también adolescente, una joven de vida alegre que sale todas las noches de casa en compañía de un supuesto novio y que retorna cargada de dinero tras haber “hecho la calle” con total naturalidad durante el discurrir nocturno.
Con un marcado carácter «trash» en cuanto a los diálogos y situaciones vividas por los personajes, a pesar de ciertas licencias formales que pueden hacer creer al espectador que la cinta ostenta un presupuesto más elevado del que posee realmente, Polyester es un misil que apunta directamente a la línea de flotación del American Way of Life denunciando la hipocresía presente en una sociedad desorientada por la televisión, los medios de comunicación y la corrupción que impera en todos los ámbitos de la misma. De este modo, el personaje interpretado por Divine, es retratado con el perfil de una pobre desgraciada atrapada en una familia en la que no hay cabida para el afecto y el cariño, un vecindario que la rechaza al no cumplir con los cánones de belleza y decencia social aceptados por esa a priori decente sociedad media americana —que al final es en su intimidad más indecente que aquellos estratos sociales que muestran sin complejos sus debilidades al resto de ciudadanos— y una madre detestable que en lugar de comprender las miserias que atenazan la existencia vital de su retoño, escupirá su ira y sus complejos contra su hija para martirizarla si cabe aún más. Esta ama de casa alcohólica y en apuros, únicamente hallará una tenue luz al final del túnel en la figura de un playboy, claro homenaje a la estampa de la leyenda de Steve McQueen, que pavoneará su galantería paseando su sonrisa en lujosos Corvettes descapotables para seducir a las deprimentes amas de casa abandonadas en su hogar por sus responsables y trabajadores maridos… Pero la sonrisa de Mona Lisa no es tan fiable como en un principio se muestra, por lo que la pobre ama de casa americana carecerá de un medio de salvación a su rutinaria y decadente existencia vital.
La película se acompaña de una estupenda banda sonora que otorga un aura «cool» y refrescante a las escenas más cochambrosas y rocambolescas del film. Waters se luce conteniendo el trazo grueso de su cine, estilizando pues la apariencia visual de su creación, dejando que la sordidez brote por sí misma a través del esbozo de unos personajes hilarantes y extremos, como ese hijo adicto al pegamento y a los pies de las señoras que acampan en los centros comerciales, un friki que evoca directamente a la persona de esos jóvenes Quentin Tarantinos que crecieron y consumieron cine en los años ochenta, o esa hija que prostituye su ingenuidad ante los ojos de su familia sin encontrar apenas oposición a su caída a los infiernos. Polyester desemboca por tanto, en una comedia muy muy negra adelantada a su época que da muestras del talento narrativo para pintar las miserias de la sociedad de su tiempo que ostentaba un joven y beligerante John Waters aún no hechizado por los cantos de sirena y el aplauso fácil de la crítica internacional que aspiraron parte de su magia innata. Y es que algo podrido olía en la sociedad americana desde hace tiempo, así que gracias a odorama Waters pudo ofrecer a los espectadores de los ochenta esos pestilentes olores que brotaban de los hogares de las bienintencionadas familias estadounidenses de principios de los ochenta que escondían bajo el manto de virtudes y limpieza de sus ordenados jardines, auténticos cadáveres sociales atraídos por el alcohol, las drogas y otros estupefacientes legales e ilegales para evadirse de la inmundicia vigente en el aire que se respira cada día.
Todo modo de amor al cine.