La desidia creativa en seis actos.
Seis son los puntos de degradación de la naturaleza en el debut del polaco Bartosz M. Kowalski, quien desea radiografiar un cómputo de estatus, un manejo del crecimiento, un estilo de intrusión que desemboca siempre en lo social a través de tres críos, esos doce años donde uno no es niño ni tampoco adolescente, cuando no conoces pero aparentas (y crees) saberlo todo.
Seis son las estampas que consigue mostrar, desde tres personajes concretos que van perdiendo la consistencia de lo racional para servir de marioneta/escenario de temas más relevantes.
Kowalski es conocedor de sus propias pautas y decide crear un esquema de puntos comunes para dar a conocer el fondo que justifica su discurso. Por ello vemos a tres jóvenes inteactuando con la familia, el baño, enfrentándose a un espejo y entre flores, pero con resultados aparentemente opuestos entre sí, demostrando esa mirada inocente para, en un mismo espacio, enfrentarnos con la crudeza de un comportamiento extremista, utilizando la carta del contraste, siendo entonces cuando percibimos el verdadero sentido de Playground.
Como en todas esas coming of age donde los adultos son poco más que espectadores y a la vez reflejo vampírico de la actitud de los jóvenes, aquí los muchachos son el vehículo utilizado para provocar una reflexión cruda sobre nuestra forma de administrar lo inconcedible. El director nos obliga a adaptarnos a la violencia que cada día recae sobre nosotros como un hecho normalizado y deja que la pregunta interna sobre lo que nos parece esta situación la formulemos al finalizar.
Recurre así a elementos visuales —el hecho de concebir el «cuento» de cada personaje individualmente como si las casas de los tres cerditos mutaran a un concepto monetario, repitiendo esquema para encontrar las diferencias de sus consistentes hogares— que den forma a la historia sin necesidad de justificar dialécticamente lo que quiere contar. Su cercanía pasa por situar todo lo ocurrido a plena luz del día, en una jornada que supone encadenarse a lo entrañable, sujetando la cámara con la mano y siguiendo sus pasos a escasos metros de sus espaldas. Todo estratagemas para contrariar al espectador frente a una rápida evolución a la crítica a partir de unas supuestas y deleznables acciones que nos deben horrorizar, y a la vez confirmar nuestra gruesa piel que nos convierte en apáticos seres que todo lo tragan sin expulsar siquiera un suspiro de desidia.
No siempre resulta el empleo de niños (imagen idealizada de pureza e ingenuidad) para el trato de la frialdad con la que viven los adultos con la misma contundencia. Playground maneja la objetualización de los comportamientos —el uso de vídeos y redes sociales como propiedad acusadora y bullying—, la contextualización de la cámara —jugar con el movimiento de los jóvenes para dinamizar algunos de sus actos; mientras en determinada escena en la que introduce todo su esfuerzo narrativo y supuestamente transgresor, se mantiene en una posición fija y alejada— y una ínfima teatralidad —la imitación de mirada acusadora social— para buscar un reflejo de la influencia pasivo-agresiva en la que nos movemos habitualmente.
Quizá el problema es que resulte tan evidente encontrar sus armas cuando la intención era plasmar con originalidad todas estas herramientas. No se puede evitar pensar en uno de los primeros largos de Haneke, El vídeo de Benny por la fascinación hacia la nada o el experimento de Alan Clarke Elephant por el seguimiento no intrusivo aunque cercano del mal, y me plantea varias dudas esto, al no saber si el encontrar referentes en mi cabeza implica que no me sorprende el film por comparativa o si realmente estamos curados de cualquier espanto, confirmando entonces lo que quería representar Kowalski y siendo totalmente válido todo lo que presenta en Playground.
Es por ello que la duda sobrevuela el concepto y resulta muy tentador comprobar en nuestras propias carnes si toda la polémica que generó el film durante su paso por el Festival de San Sebastián era necesaria o simple humo reactivo. El guante lo lanza con la intención de generar el debate, de revolvernos en nuestros asientos, de sentir por unos instantes el ligero adoremecimiento en nuestras nucas. ¿Somos tan fríos?