La represión del deseo sexual de las mujeres y el tabú de la representación de los genitales femeninos. Las agresiones cotidianas, el acoso callejero y las violaciones. Los abusos sexuales en la jerarquía de la Iglesia católica. La mutilación genital de niñas. Los matrimonios concertados y la consideración de las mujeres como propiedad de sus maridos al servicio de la reproducción y sometidas a su deseo sexual. Esto no son excepciones, se trata de una violencia estructural y sistémica existente en todas las sociedades del mundo actual en mayor o menor medida. El documental #Female Pleasure (Barbara Miller, 2018) sigue a cinco mujeres de contextos culturales, sociales y religiosos diversos. Desde la India hasta Estados Unidos, pasando por Japón, Alemania y el Reino Unido, los casos individuales de Deborah Feldman, Leyla Hussein, Rokudenashiko, Doris Wagner y Vithika Yadav se exploran primero como víctimas y después como supervivientes, trascendiendo a la dimensión social de sus relatos y explicando su lucha personal transformada en activismo. Todo con un montaje paralelo que combina sus historias construidas a partir de entrevistas y el acompañamiento en su día a día.
Feldman huyó de una comunidad judía ultraortodoxa denunciando sus tradiciones. Hussein lleva a cabo una labor pedagógica entre hombres y mujeres contra la ablación —una práctica que se extiende por Asia, África y también en Occidente—. Wagner denunció los abusos que había sufrido durante su adoctrinamiento en una orden religiosa. Yadav promueve la educación y el debate público sobre la sexualidad en una sociedad que rehuye su normalización. Rokudenashiko desafía como artista el orden moral que ensalza el pene y el potencial sexual masculino pero desprecia el femenino. Aproximándose desde distintos ámbitos en regiones separadas por la distancia, la historia y formas de entender la vida, Miller retrata nada menos que la transversalidad del patriarcado a través de culturas, estados y religiones completamente distintos, que perpetúan la misoginia como un legado cultural o un orden natural irrenunciable. Esta personalización del retrato de las distintas formas de opresión que sufren las mujeres y la elección de sus correspondientes casos particulares tiene como efecto señalar algo incuestionable: las experiencias únicas de estas mujeres y de sus luchas corresponden a fenómenos de naturaleza global, colectiva y política. Algo que establece la conocida expresión «lo personal es político», popularizada por la autora feminista radical Carol Hanisch en su ensayo de 1969.
Este reflejo de la universalidad de la experiencia femenina sirve de base para el discurso reivindicativo del film. En pleno siglo XXI las mujeres siguen necesitando liberarse de la opresión de un sistema que —mediante construcciones culturales e instituciones sociales— otorga privilegios a los hombres sobre el cuerpo de las mujeres, su capacidad reproductiva y sexualidad. Entre esas instituciones toman un papel excesivamente predominante en la narración las religiones. Esto mediatiza las intenciones de la directora y en algunos momentos se percibe un cierto distanciamiento entre su discurso y la realidad: se critica el modelo social siempre en función de la influencia directa de la religión, pero obviando algo que incluso una de las protagonistas de la película ya enuncia y el documental muestra a través de sus imágenes y declaraciones sin necesitar explicación explícita. El patriarcado como estructura de opresión de las mujeres es anterior al capitalismo y funciona a través de cualquier otro sistema de creencias u organización social que se establezca.
Las primeras imágenes que muestra Miller en su metraje son fotos de publicidad que incluyen la cosificación e hipersexualización de las mujeres, además de las imposiciones estéticas que se establecen en nuestras sociedades occidentales capitalistas. Sociedades con un nivel de libertad religiosa mayor, estados aconfesionales y donde hay una separación más o menos estricta de las instituciones religiosas respecto del orden político que han establecido. Sin embargo en ningún momento dedica tiempo a extender la validez de sus reivindicaciones y de los problemas que aborda la cinta a nuestras sociedades —de tradición judeocristiana pero principalmente definidas por el neoliberalismo—. Por este motivo, la ausencia de crítica al sistema socioeconómico hegemónico global enturbia las intenciones de la obra. Una obra que queda incompleta y carente de un verdadero discurso político crítico que ataque el ‹statu quo›. De poco sirve cuestionar el orden simbólico si no se hace lo propio con la realidad material que lo sustenta.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.