En cierto modo, resulta lógico que el mundo de los videojuegos no haya obtenido una representación cinematográfica a gran escala, ya que aunque muchos recuerdan con nostalgia su primera Nintendo o Atari, se puede hablar de ello como un “arte” (o al menos, muchos ya lo consideramos así) relativamente nuevo.
No hablamos en este caso de una representación en forma de adaptación de un videojuego, que sería lo fácil y ha dado luz a infumables piezas cinematográficas como Street Fighter o Super Mario Bros, sino más bien de una translación de ese universo tal cual lo conocemos al ámbito del cine. Cierto es que con la llegada de CGI’s cada vez más potentes no han faltado incentivos ya que el 3D de los videojuegos ha avanzado paralelamente al de la animación dando así resultados tan fallidos como Final Fantasy: la fuerza interior, pero tan cierto como que muchos anhelábamos poder observar aquel simpático universo de píxeles en formato cine, realizando una mezcolanza de lo más atrevida para obtener una representación de lo más fiel acerca de lo que siempre ha sido un mundo muy distinto al del cine (aunque cada vez se asemeje más a nivel de creación de historias e incluso jugabilidad).
Aunque con lo nuevo Disney, ¡Rompe Ralph!, se antojaba una oportunidad única para crear algo cercano a lo que muchos hemos soñado durante años, la compañía se decantó por lo sensato y razonable teniendo en cuenta que había que vender un producto: el 3D. Sin embargo, un par de años antes de que la productora haya decidido realizar el que parece su homenaje definitivo a ese contexto, dos autores llamados Joe Brumm y Patrick Jean habían conseguido con sus creaciones, Dan The Man y Pixels, conjugar ambos universos con resultados de lo más satisfactorios.
El caso que nos atañe, el del segundo, cineasta galo que ya venía de realizar un corto a ocho manos en 2002 titulado Tom the Cat, es quizá el mejor y más disfrutable de ambos debido a la creatividad, simpatía y brillantez que desprende su Píxels, un corto que acoge esa idea de un posible ataque alienígena o incluso el hipotético fin del mundo y lo pone en manos de… un puñado de píxeles. Y así es como con una ristra de imágenes icónicas como las de Space Invaders, Pacman, Tetris e incluso Donkey Kong se vuelca en un objetivo que ni Emmerich ni Bay (los dos tipos más obsesionados con destruir la Tierra de la historia del cine) habían logrado.
Todo ello, como es obvio, con una buena dosis de píxeles que interactúan en cualquier espacio posible que la imaginación pueda concebir dentro de una ciudad. Así es como desde los siempre recurrentes rascacielos hasta el mismísimo metro, Jean consigue crear algo único ante lo que, además, logra crear cierto grado de simpatía de un modo muy irónico, porque si pensamos en ello no estamos más que asistiendo a la propia destrucción del ser humano, de quien concibió la tecnología y los videojuegos, de la mano de estos mismos.
En definitiva, una de esas piezas tan geniales e imprescindibles ante la que cualquier palabra parece escasa, por lo que siempre es mejor recurrir a unas imágenes cuya esencia se conserva hasta en unos socarrones títulos de crédito. No digo más, pasen y vean.
Larga vida a la nueva carne.