Se dice que la gran ambición de un cortometraje debería ser el contar una pequeña gran historia dentro de las evidentes limitaciones de tiempo que conlleva el formato. Digamos que este Pitch Black Heist cumple este propósito de manera tan directa como sutil, ofreciendo un rotundo duelo entre dos personajes que elevan la contienda a la ejecución de unas sobrias interpretaciones. Michael Fassbender y Liam Cunningham, quienes comparten origen irlandés y coincidencias en pasados proyectos, son dos ladrones que planean un robo que desarrollará en plena oscuridad. El origen de la propuesta se ancla de manera clara en el sector más clasicista del noir, campo de cultivo de multitud de películas de robos, atracos, ladrones, policías, engaños y traiciones. De aquí la obra hereda la enjundia argumental y lo tradicional de sus formas, aunque durante los 13 escasos minutos de metraje son suficientes para que el prestigioso cortometrajista John Maclean dispare con certeza los visos de una narrativa engranada y elegante.
Su fotografía en blanco y negro potencia la rudeza del desafío que ampara a los dos protagonistas, un «tête à tête» en el que parecen importar más las provocaciones implícitas de sus diálogos que la propia trama en sí, que aunque sea la base de la narración parece quedar en un segundo plano de manera pretendida. Así queda, patente, cuando el peso cae perdidamente en la confrontación que dibujan las rudas interpretaciones de Cunningham y Fassbender. Cada gesto o mueca parece funcionar a base de una perspicacia donde los dos actores asumen perfectamente el tono de la obra, tan teatral como finamente jocoso, momento musical incluido. La actuación o simplificación de la obra con ese asiento puramente escénico, alejado de cualquier tipo de efectismo, es un atractivo de sublime impronta artística, sello inequívoco de un director que sabe encajar a la perfección los elementos base que tiene a su disposición.
El ritmo, medido a la perfección, hereda el sosiego de los clásicos referentes genéricos que antes hacíamos mención, pero dinamitando en parte algunas de sus leyes en una reversión obligada presumiblemente por su formato. La arquitectura de Pitch Black Heist se afianza bajo una simple ejecución, lo que no impide que se alcancen algunos momentos visuales de excelente resultado, postal austera de carácter templado que estilísticamente parece mucho más rudo de lo que en realidad acaba siendo, y que acierta dejando que la pareja protagonista suelte las riendas de su desarrollo. El gran trabajo fotográfico, que hace asumir impensable la confección de esta pieza en otra tonalidad que no sea la del blanco y negro, queda dinamitada por el propio director en su conclusión: una dramática terminación y consecuencia, de fina ironía, culmen de algunos de los retazos que ambos personajes venían apuntalando en su peculiar y punzante acometimiento, pulso y alarmas antirrobo mediante.