Nina y Enzo vagan por las calles de París, buscando cada día y cada noche algún cobijo en el que puedan sobrellevar algo mejor su vida de vagabundos. Madre e hijo subsisten en la más absoluta pobreza, y su obligado espíritu nómada los lleva a recorrer distancias cada vez más grandes. Tanto es así que ambos terminan por llegar a Versalles, a las afueras del núcleo urbano parisino. En la zona boscosa de un lugar conocido sobre todo por albergar un palacio que antaño fue residencia real, se topan con Damien, otro personaje que pasa sus días alejado de la típica vida de urbanita. En este caso, eso sí, desconocemos si tal circunstancia es por deseo propio u obligación. Los tres pasan una noche en la vieja cabaña de Damien y, cuando llega el amanecer, descubren que el trío se ha transformado en un dúo: Nina desapareció sin dejar rastro. Así que serán dos extraños como Damien y Enzo quienes tengan que convivir, ahora en la cabaña y posteriormente en otros lugares.
El cineasta francés Pierre Schoeller acaba de estrenar en los cines españoles su último trabajo titulado Un pueblo y su rey, que narra uno de los acontecimientos más importantes de la historia como fue la Revolución Francesa. Antes de eso, el director ya había rodado otros dos films: un drama político como El ejercicio del poder y la ópera prima Versalles, cuya línea argumental hemos resumido en el anterior párrafo.
Aunque en la promoción de su reciente estreno Schoeller haya defendido el poder de las clases populares, tal idea ya se podía anticipar con claridad al visionar Versalles. El hecho de que el cineasta ponga el foco en personajes muy marginales como dos vagabundos y un ermitaño es un comienzo propicio para formarse ese pensamiento acerca del ideario social del director, pero la evolución de la obra no hace sino reforzar este concepto. Versalles apenas tiene un par de escenas en las que se pueda apreciar algo de belleza; el resto es tristeza, suciedad y nulas esperanzas, tanto en el desarrollo de la historia como en los diálogos de los personajes e, incluso, en la propia puesta en escena que lleva a cabo el director parisino. Es un acercamiento, por tanto, alejado de cualquier posición paternalista y que nos intenta trasladar un relato con la mayor conciencia posible.
Aun así, Schoeller se llega a permitir alguna licencia para otorgar algo de vida a un film que, de otra manera, podría llegar a ser todavía más apagado. Hablamos de encuentros casuales, ecos del pasado que de repente vuelven a cobrar actualidad, alguna elipsis… Todo con ánimo de contextualizar mejor la vida y circunstancias de los personajes, amén de alcanzar un equilibrio entre retratar a personajes marginales o convertirlos cinematográficamente en tales (algo que por desgracia no es tan poco habitual). Esto se nota especialmente en la última media hora de Versalles, cuando la película recupera un poco el vuelo y abandona el tedio en el que había caído al acometer la narración sobre el adulto y el niño que tienen que conocerse y aprender a convivir.
Versalles resulta un film bastante áspero de ver, incluso si aceptamos de antemano que, en general, el cine social francófono también lo es (y debe serlo). Aunque es probable que Schoeller quedara satisfecho de su trabajo, toda vez que nada parece salir realmente mal en la película, en verdad Versalles tampoco aporta nada extraordinario. La justificada intención del director por tratar la obra de una manera seria y reposada termina por canibalizar la mayor parte de posibilidades de ver algo notable en términos puramente cinematográficos. Pese a todo, como demostración de cualidades de Schoeller tras las cámaras, Versalles es una película bastante decente.