Aunque sus primeros pasos en la cartelera de nuestro país los diera con Usted primero, y desde entonces no haya faltado ni una sola vez a su cita con los cines españoles, Pierre Salvadori iniciaba su trayectoria tras las cámaras una década antes del citado film, y lo hacía con una serie de trabajos que, lejos de la comedia acomodaticia y quizá más cercana a lo que el espectador medio pueda esperar de un trabajo de esas características, se decantaba por unos códigos que la acercaban más al absurdo (que, por otro lado y en parte, supusieron los 90: basta con echar un vistazo al otro lado del charco y hacerse eco de nombres como los Landis, Dante, Zucker, Ramis… que llevaban manteniendo esa fórmula desde la década anterior) y hacían de ella un ejercicio mucho más desenfadado o, incluso, personal si se quiere.
De esa etapa inicial en la que encontramos apenas tres títulos, Salvadori repitió constantes e incluso elencos (tanto Guillaume Depardieu como Marie Trintignant formaron parte de ellas) para acercarnos a un terreno de raices más satíricas o, incluso, paródicas si se quiere, algo que por otro lado bien podría llevarnos de vuelta a terreno USA, donde ni siquiera es necesario buscar muchos ejemplos, pues nombres como los de Abrahams, los Zucker y, por extensión, Leslie Nielsen, dejan en constancia hacia donde se dirigía la comedia por aquellos tiempos. El galo, no obstante, decidió llevarlo a su propio terreno: el del cine francés y, más concretamente, al del denominado polar (lo que vendría a ser el cine policiaco o negro por aquellos lares).
Es en ese contexto donde nos encontramos con una de sus cintas más malditas, término este que podría extenderse en dos direcciones para la ocasión: por un lado, el de película olvidada de modo un tanto injusto tanto por crítica como por público, y por el otro como película cuyo reparto acabaría cayendo en desgracia. Blanco disparatado (o Cible émouvante en su título original) es el film que nos ocupa, y de cuyo reparto central, compuesto por Jean Rochefort, Guillaume Depardieu y Marie Trintignant, terminarían falleciendo dos de sus integrantes a edades más tempranas de lo habitual (Depardieu a los 37 y Trintignant, hija del ahora más conocido actor Jean-Louis Trintignant por su papel en Amor de Haneke, a los 41), siendo Rochefort el único (y, curiosamente, el de mayor edad) que permanece en activo a día de hoy.
Ciñéndonos al film en sí, Salvadori construía en Blanco disparatado una visión del típico asesino solitario (que bien podría recordar al interpretado por Alain Delon en El silencio de un hombre —Le samourai—), en esta ocasión interpretado por un Rochefort que se ponía en la piel de un asesino a sueldo en plena crisis existencial, motivo que le llevará a apadrinar a un muchacho que en un pasado se habría convertido en una víctima colateral, e incluso a terminar apiadándose de un objetivo que le había sido adjudicado. Así es como Victor Meynard, considerado como el mejor asesino a sueldo del panorama, seguirá su particular camino en compañía de una estafadora y de un muchacho con ganas de aprender el oficio, para ser perseguidos tanto por el autor del encargo como por el otro asesino a sueldo al que se le encomendará finiquitar el trabajo que Victor dejó a medias.
Tras una presentación tan particular como divertida, que ya anticipa como Salvadori refuerza el tono humorístico de la obra a través del aspecto más visual (aspecto que, por otro lado, le servirá para trazar alguna que otra metáfora en relación al estado del protagonista), Blanco disparatado nos pone pronto en situación y dirige su mirada hacia un terreno más satírico logrando, sin embargo, mantener un respeto absoluto tanto por los personajes en sí como para lo que bien podrían representar dentro del polar francés. No es que, por ello, Salvadori se dirija con descaro a lo políticamente correcto, es que simplemente sabe realizar una conjunción de factores que funciona y hace que el espectador nunca mire con condescendencia a esos tres personajes algo perdidos en el particular microcosmos configurado por el autor de Los aprendices.
Tan importante es ese factor en una comedia de la clase de Blanco disparatado como que, por otro lado, sus arrebatos humorísticos funcionen, y sin necesidad de tensar la cuerda o recurrir al absurdo por el absurdo (aunque en ocasiones, y como es obvio, tiende al disparate, nunca juega de modo incierto al todo por el todo), lo cierto es que la ópera prima del corso de origen tunecino sabe hacia donde dirigirse. En ese sentido, el de lograr el equilibrio perfecto entre un dramatismo ciertamente ligero y la propia comedia, Salvadori siempre ha demostrado tener tablas y saber jugar en ambas direcciones sin perderse del todo, pero lo que resulta más sorprendente es que Blanco disparatado sea una de sus películas más redondas y pulidas en ese ámbito, algo que termina generando una empatía por encima de lo común.
En definitiva, si Salvadori se ha caracterizado estos últimos años por llevar la comedia (en ocasiones romántica, aunque siempre bordeando temas diversos) a un plano propio, su debut era una de las mejores piezas del engranaje de su cine, y el perfecto ejemplo de que tras una obra en tono satírico, por ligera que parezca, siempre puede haber algo más.
Larga vida a la nueva carne.