Uno de los grandes temas en el cine de género fantástico es la exploración del trauma. No es casualidad que tal grupo sea el más prolífico en crear monstruos que materialicen el miedo y lo expongan en otras formas que permitan mirar desde otro lugar la psique humana. En 1945, Japón se vio sometido al gran terror que la humanidad ni se imaginaba contemplar: la bomba atómica. Una década más tarde, se originaría en el país nipón un subgénero que recibiría el nombre de ‹kaiju›, monstruo traducido al español. La primera obra de este cariz es Godzilla (Hishiro Honda, Japón, 1954). Piedra noche (Argentina, 2021), la nueva película de Iván Fund, traslada el ‹kaiju› a la costa en un terreno más personal e íntimo, focalizándose en el trauma que genera la muerte de un hijo en una pareja que vive en una zona que, cuenta la leyenda, está habitada por un leviatán.
Uno de los grandes problemas de la película es querer ser más grande que el propio trauma de sus protagonistas. Una orquesta suena en el inicio del film y unas flautas hacen los solos en un estilo que recuerda a las bandas sonoras de John Williams. Tras diez minutos de créditos guiados por ‹travellings› que avanzan por la costa argentina (en una película que no llega a la hora y media), nos encontramos con unos movimientos de cámara que solo parecen expresar lo siguiente: estamos en la playa. Corte a casa en la playa. El uso de la música de Francisco Cerdán funciona como acento constante con una intencionalidad de arreglar todos los problemas que vienen desde la dirección; puede ser muy bucólica o emotiva, pero eso no acaba de funcionar si no es apoyada por las imágenes, la mezcla de sonido y el montaje, entre muchos otros elementos.
Es en esos términos que la pieza de Iván Fund no ve las piedras en la noche y se tropieza consigo misma en un intento de hacer algo más grande que para lo que estaba destinada: un retrato íntimo sobre la pérdida. Se desperdicia en unas formas que no reman en la misma dirección que su pequeña historia, por muy grande que sea el dolor que cree o, incluso, (se) recree. Pero la aflicción son dos personas que ven el cuarto vacío de su hijo al que le quedaba mucha vida por delante, el cuarto es pequeño, pero la película tenía que ser grande.
El film es totalmente paternalista con el espectador, el director lo mira desde un altillo, recalcando detalles que se entienden por sí mismos y que, el acto de subrayarlos, no aporta a la narrativa ni al estilo, si no todo lo contrario. A Piedra noche se le ven las costuras. Un ejemplo podría ser el encuentro con el monstruo y los padres —Greta (Mara Bestelli) y Bruno (Marcelo Subiotto)—. En la secuencia, el punto de vista se ve repentinamente forzado a tomar distancia y lo traslada a un plano subjetivo de la amiga (Maricel Álvarez) que vino a ayudar con el traslado de la familia después del accidente. Ese plano estratégico enseña que ella no ve el monstruo, perdiéndose toda la poética y dando una explicación mascada para un espectador que ya no tiene espacio sobre el que reflexionar o sacar conclusiones. Un ejemplo contemporáneo de una ejecución brillante alrededor de un monstruo y un trauma, ligado a un punto de vista muy bien construido, podría ser Babadook (Jennifer Kent, Australia, 2014): una obra que se experimenta desde el punto de vista de la madre ante un niño que siente que lo persigue un monstruo, en la que, cuando el ser es derrotado, desaparece, dejando o una pieza de terror a secas o una con sus diferentes capas que esconde el horror.
La propuesta de Fund deja de manifiesto que una buena historia no hace la película. El cine es cómo se construye lo que se cuenta y, en este caso, la arquitectura flaquea tanto que el edificio se desmorona según se van poniendo pisos encima. Es un pisito queriendo ser un rascacielos, es Godzilla en el campo sin nada que destruir.