Con una economía y sutileza notables, el israelí Joseph Cedar nos presenta a los protagonistas de su particular fábula minimalista y oscura con un tono abiertamente cómico (incluso juguetón en su uso de sobreimpresiones y demás detalles visuales), en lo que parece el inicio de una comedia formalmente sofisticada sobre egos y vanidades. Pronto, cuando la clave del conflicto estalla, dicho tono se ennegrecerá de forma progresiva, sumergiéndonos en las complejidades morales y emocionales derivadas de una situación (jugosa y peliaguda) que su director sabe exprimir con inteligencia y un sentido del ritmo prodigioso.
La esgrima verbal y la precisión visual imperan a partir de entonces, recargando de gravedad lo narrado sin necesidad de renunciar a la vertiente cómica del relato (la fantástica escena de la reunión en el cuarto minúsculo, portentoso momento de tensión dialéctica atravesado de un humor absurdo agradecido y bien modulado) y sin permitirse resbalones melodramáticos o tremendistas, si bien la comedia se mitigará y el drama alcanzará densidades y picos de intensidad nada desdeñables.
Pie de página funciona porque en ningún momento intenta ser más de lo que es, esto es, un pequeño pero perspicaz artefacto tragicómico cuya premisa (malvada, pero al servicio de un férreo humanismo) sirve para vehicular una inteligente reflexión sobre el éxito y su precio, al tiempo que proyecta nubarrones sobre el valor y firmeza de unos lazos paternofiliales que envidias y viejos resentimientos ponen en serio peligro.
Si la narración de Cedar resulta tan absorbente es gracias al naturalismo imponente (a ratos casi feroz) que imprime a casi todos los diálogos y situaciones, haciendo que una historia que podría haber desembocado en una comicidad exagerada o caricaturesca se mantenga siempre en un tono medio realista y plausible, sin que decaiga por ello el interés. Más bien al contrario: en el ecuador la cinta se vuelve verdaderamente apasionante, y la forma en que los personajes gestionan su problemática situación está descrita con sensibilidad, talento, mala uva y empatía.
La pareja protagonista (brillante) contribuye a sostener sobre sus hombros el elaborado intríngulis dramático planteado por Cedar. Éste, por su parte, aprovecha la ocasión para desarticular el miserable juego de intereses y envidias que a menudo se vive en los mundillos universitarios. Afortunadamente, el alcance de Pie de página va más allá del retrato mordaz de este circuito académico, incidiendo de modo más profundo en la naturaleza misma del ser humano y desembocando en un tramo final esencialmente pesimista y desencantado.
Bajo el pretexto de un premio tan deseado como conflictivo, Cedar extrae petróleo de sus muy humanos personajes, dibujados sin asomo alguno de maniqueísmo a través de una amplia gama de grises gracias a la cual lucen complejos, patéticos, altivos y vulnerables. Se quieren y se hacen daño, pero es imposible no comprenderlos, pues con sus vicios y faltas nos acabamos identificando. Por esta razón, Pie de página trasciende su localista radio de acción y se vuelve universal. Quizás también imperfecta (pierde fuelle hacia el final y hay algún personaje –el de la madre– algo opaco), pero los aficionados a las refinadas miniaturas dramáticas sabrán apreciar la agilidad de su tono y lo preciso e incisivo de su construcción.