El estreno reducido a solo dos salas de Nunca estamos solos, sexto largometraje dirigido por el cineasta de origen checo Petr Václav, ha sido una oportunidad para descubrir su filmografía, dentro del panorama del cine europeo actual. Gracias a una recepción crítica controvertida, sobre todo por ofrecer división de opiniones, en algún caso furibundas o sin justificación. Apreciaciones que aportan más interés que si solo se hubieran expresado la máxima indiferencia o el elogio total. El penúltimo film, producido en 2016. O el anterior de ficción, estrenado dos años antes en varios países, son dos buenas muestras de la segunda época para este realizador, un período más fructífero que el inicial. Porque la carrera del praguense comenzó en el año 1993 con un corto documental, prolongada hasta 2001, por varios largometrajes. Desde entonces y hasta el 2014, cuando dirige Cesta ven, título que se traduce literalmente como The Way Out —Una salida— en el mercado internacional. Salvo en casos como los de Francia o Argentina, estados que presentan la película por el nombre de su protagonista: Zaneta. Una buena forma de difundir el trabajo de Václav, ya que la historia arranca con un primer plano en penumbra de Klaudia Dudová, la actriz joven que encarna a Zaneta, una madre joven de origen gitano, procedente de Eslovaquia, que conviven en Praga con su hija y David, el padre de la niña. Aunque busca con enorme voluntad un puesto laboral decente, soporta también con resignación las negativas reiteradas de los encargados en recursos humanos que la entrevistan. Los únicos ingresos económicos que consigue provienen de su trabajo como limpiadora en varios edificios y la prestación del paro de él. A pesar de su aspecto débil, Zaneta es una gran luchadora que se empeña en mantener unida a su familia. Al mismo tiempo que trata de mantener alejado a David de la delincuencia. Y a vigilar la asistencia de su hermana al colegio. A pesar de todos estos obstáculos, unido a una sociedad que la mira con odio, ella continúa dispuesta a conseguir una vida digna.
El cambio de régimen político y social, tras la caída de la URSS en los países del este de Europa, fue un paso anterior a la separación de Checoslovaquia en 1993, recuperando ambos estados su individualidad como República Checa —o Chequia— y Eslovaquia. Los perdedores en esa nueva situación fueron los eslovacos, más desfavorecidos en cuando a la industria, visitas del turismo y situación económica global. Gran parte de la población emigró al país vecino propiciando el crecimiento del germen racista en una población de origen germano y eslavo, frente a unos exiliados más cercanos a las etnias gitanas. El conflicto se mantuvo desde los años noventa y perdura hoy pero, al igual que las noticias sociales o políticas de muchos países que no han formado parte de la Unión Europea hasta el siglo veintiuno, ellos no son noticia de portada ni tampoco de los informativos diarios. Este contexto es importante para un director como Petr Václav, formado en la FAMU, la Escuela de Cine y Televisión Checa. Los estudios recibidos, además de un entorno familiar con una madre documentalista y un padre compositor musical, influyeron a que el oficio parezca algo natural en su evolución. Aunque prosiguió posteriormente la formación audiovisual en Francia, lugar en el que reside actualmente. Quizás son razones suficientes para que sus películas estén rodadas en la República Checa y que sean coproducciones con capital galo y checo. Pero lo más importante es la mirada que ofrece como cineasta, un acercamiento hacia esos emigrantes que son los protagonistas, o algunos de los personajes principales en sus libretos. Una perspectiva desplazada por la distancia, que profundiza en una sociedad herida por el miedo o la rabia hacia esos emigrantes.
En Cesta ven el punto de partida de drama social con el que arranca la primera secuencia, al amanecer, con iluminación natural. Mientras Zaneta se despierta y, fruto del duermevela, saluda a su madre muerta que fuma junto a ella en la casa. Una escena justificada en ese momento del día, ensoñación que da paso a una presentación del resto de personajes que la acompañan. El peso del film lo lleva constantemente a sus espaldas la protagonista, ayudada por David, su compañero, un trabajador en paro que sobrevive a base de préstamos y delitos, situaciones que le granjean amenazas de mafiosos y alguna que otra paliza. La narración lineal, sin saltos temporales, acierta en el seguimiento de los sucesos, el carácter, las acciones y la relación de los personajes. Con diálogos directos, esenciales y creíbles que apoyan el pasado de todos, para poder seguir sus evoluciones. Frente a un cine con determinación social o de denuncia que se prodiga con directores como Ken Loach o Fernando León de Aranoa, Václav huye del predominio musical melódico o los golpes de efecto sentimentales. En su lugar lo que presenta es un estilo documental en el ritmo. Una trabajo elaborado visualmente y equilibrado en el montaje. Sin esteticismo forzado, sino encuadres bien compuestos. Primeros planos perdurables en el recuerdo, que enriquecen a los personajes principales durante sus momentos reflexivos. Movimientos de cámara que siguen las acciones de ellos, para darles un sentido narrativo. Y sobre todo un nervio cotidiano, sucesivo en el día a día, la precariedad y en una sociedad checa que los trata con tanta frialdad como el la ciudad nevada. Factores frente al comportamiento urgente, visceral y espontáneo de los eslovacos.
Cesta ven supone un modelo de drama que tiene un gran componente social, pero que no apoya solo en este aspecto, la fuerza de su desarrollo. Las virtudes vienen de una mirada sin edulcoramiento sobre el grupo humano, su forma de vida, sin juzgarlos. Tampoco en santificarlos, solo con el punto medio, tratando a estas personas con la misma integridad o debilidades que las del resto de clases sociales y profesiones que se abordan en cualquier otra película. Con la particularidad de ser un estrato social marginado, que suele ser invisible en el cine y la televisión, salvo en las cintas de directores como Jean-Charles Hue o Tony Gatlif. No se trata solo de dar voz y visión a los gitanos o tribus nómadas, sino en contar una historia a través de ellos, sin traicionarlos. Con la maestría que da un pulso firme, fluido, claro, incluso recurriendo a imágenes reales de un informativo checo, durante una secuencia en la que los espectadores vemos lo mismo que los personajes ante la televisión. Un recurso que despistaría al público en manos de directores menos sutiles. Pero que aquí se incorpora con naturalidad y nos pone a la altura del mismo punto de vista de los afectados por el conflicto. Un combate para el que Petr Václav no puede aportar soluciones ni milagros. Tal vez sí una visión distinta, sabia en ese final abierto que no descarta la esperanza ni desmadra la tragedia, volviendo al principio.