Aunque pueda sonar raro en un país que presume de ser democrático, lo cierto es que la memoria histórica es un tema que sigue siendo muy espinoso a día de hoy en España. Pedir justicia para aquellos que desean saber dónde reposan los restos de sus familiares desaparecidos durante la dictadura franquista se identifica, en muchas ocasiones, con un innecesario deseo de reabrir heridas. Esta circunstancia se agrava en el caso de las personas que no fueron ejecutadas por afinidad a la República, sino por ciertas actitudes “de dudosa moralidad”, como algunos calificarían entonces. Hablamos de los gays, lesbianas y miembros de la colectividad LGTBI que ni siquiera en la época de la Transición pudieron recibir un trato jurídico y social que les igualara con el resto de ciudadanos españoles. Como símbolo de esta represión se ha alzado la figura de Federico García Lorca, mítico poeta granadino que fue fusilado a comienzos de la Guerra Civil.
El documental Pero que todos sepan que no he muerto (Bones of Contention), dirigido por la estadounidense Andrea Weiss, se dedica a hacer un breve repaso por los aspectos más destacados de esta persecución que el colectivo LGTBI sufrió durante más de 40 años, enraizándolo con el recuerdo del mencionado Lorca. La obra combina testimonios de personas que vivieron en primera persona la represión y expertos en las temáticas que se tratan en la cinta, piezas de noticiarios extranjeros, gráficos, citas de Lorca… Todo ello bajo una voz en off a cargo de Miguel Ángel Muñoz.
Precisamente el uso del narrador es una de las primeras características de Pero que todos sepan que no he muerto que no encajan dentro del film. La voz en off redunda innecesariamente en aquello que ya se ve en pantalla, resultando especialmente molesto con las citas de Lorca, las cuales poseen suficiente fuerza expresiva como para evitar pronunciarlas en voz alta. A veces, este sentido de la redundancia puede llegar a desprender un ligero tono maniqueísta en ciertas expresiones, especialmente en la primera media hora de documental, al sobreexplicar aspectos del documental acerca de los cuales el espectador puede sacar conclusiones inmediatas sin que haya alguien que se lo diga al oído. Durante este primer tramo de la obra también se echa en falta mayor profundidad en los testimonios personales de los entrevistados, uno de los valores más apreciables de la cinta y que Weiss decide no enseñar hasta bien avanzado el metraje.
Como consecuencia de lo anterior, en Pero que todos sepan que no he muerto las ideas se encuentran demasiado dispersas. El documental salta de un aspecto a otro con demasiada facilidad, tratando de tocar demasiados palos para los apenas 75 minutos de metraje final que presenta el film y provocando una abundante repetición de conceptos. En general, da la impresión de que Weiss ha pretendido realizar un documental lo más natural posible (se nota en, por ejemplo, el diálogo corriente que dos de los entrevistados mantienen), descuidando ciertos aspectos formales y sin profundizar en exceso sobre temas que no estuvieran a pie de calle en aquel momento.
Con todo lo mencionado se podría decir que Pero que todos sepan que no he muerto no aporta nada realmente novedoso. Sin embargo, esto parece algo buscado y no involuntario: la explicación hay que encontrarla en el claro espíritu reivindicativo del documental, que no persigue descubrir hechos desconocidos sino dar voz a aquellos que vieron sellados sus labios durante varias décadas y pronunciarse a favor de la aplicación de una verdadera memoria histórica. Más allá de las ideas políticas que cada uno pueda tener sobre este asunto y sin obviar los varios aspectos negativos del documental que hemos citado con anterioridad, parece que Weiss ha elaborado la obra que pretendía crear: un film de construcción muy simple, que no esconde sus ideales y que busca la inspiración lorquiana para situar delante de la cámara a personas mucho menos conocidas que el poeta pero que fueron perseguidas por idénticas razones.