La raíz del gesto
Al repasar algunas de las películas más relevantes estrenadas el pasado año, Aaron Rodríguez Serrano resaltaba la importancia de un «gesto humano» en aquellos títulos que más le habían cautivado. Nombraba Creatura (Elena Martín Gimeno), Las chicas están bien (Itsaso Arana), Cerrar los ojos (Víctor Erice), El sol del futuro (Nanni Moretti) o Fallen Leaves (Aki Kaurismäki), filmes marcados por el peso de un sutil gesto de carácter humanista. Y a esta lista de títulos cabría añadir, aunque a nuestras salas llegue a principios de 2024, Perfect Days, la nueva película de Wim Wenders. Para el autor alemán, el día a día de un limpiador de lavabos públicos en Tokyo no es ni un medio ni un fin sobre el que extender un canon estético determinado o extraer unas conclusiones ideológicas afines a su sensibilidad; es, sencillamente, el objeto de su mirada, lo real desplegándose ante la cámara.
Así pues, la rutina de Hirayama (Kōji Yakusho) es el eje central de una cinta sustentada en un meticuloso proceso de observación que resulta magistral en sus primeros treinta minutos. La mirada foránea de Wenders, por un lado, le permite dejarse fascinar por el exorbitante paisaje urbanita, tanto desde una perspectiva monumental, como desde una mucho más concreta, fijada en los pequeños detalles que caracterizan la ciudad de Tokyo; por el otro, logra inmiscuirse en los espacios de intimidad de su protagonista con la cautela de un observador que no pertenece a ese lugar, pero con el equilibrio de un cineasta experimentado, extremadamente preciso en lo que respecta a la escala del plano, la distancia de la cámara y el ritmo del montaje.
A medida que avanza, Perfect Days adolece de un montaje innecesariamente acelerado, pero también desvela emotivamente los temas más elementales de la filmografía de Wenders, la imposibilidad de reconstruir las raíces familiares de individuos abocados a una soledad que, en parte, ha sido elegida por ellos mismos. Wim Wenders va en busca del recorrido de estos individuos y, gracias al cine, logra encontrar una luz de esperanza. En este sentido, resulta clave la depurada —¡pero no por ello poco expresiva!— interpretación de un Kōji Yakusho impecable (ganador del premio al Mejor Actor en el Festival de Cannes), verdadero portador del humanismo al que alude Aarón Rodríguez y que se manifiesta en cada una de las grandes obras de Wim Wenders, aquellas en las que del dolor brota un gesto esperanzador.
El gesto humano definitivo de Perfect Days es bello en sí mismo. No importa qué significados pueda entrañar, su mera ejecución ya transmite el estado emocional que impregna toda la película. Sin embargo, es inevitable no relacionarlo con una cierta posición moral, incluso espiritual, de Wim Wenders frente al mundo. Nos referimos a esa acción que Hirayama repite una y otra vez, justo al salir de su casa. Abre la puerta, mira al cielo y sonríe. Empieza un nuevo día.
Quizá Wenders ya no tiene nada que decir sobre el mundo, pero su nueva película desprende una admirable pasión por mirarlo.