Nelson Carlo de los Santos Arias da voz a Pepe en su segundo largometraje tras las cámaras después de que su notable debut con Cocote le reportara galardones en certámenes como Locarno o Mar del Plata, y lo hace dotando al hipopótamo protagonista de su nuevo trabajo, premiado con el Oso de Plata a Mejor dirección en la pasada edición de la Berlinale, de una voz en ‹off› que se surte de distintos idiomas, hablando en primer lugar el de su país de procedencia, para compaginarlo más adelante con el español, lengua de los captores que lo trasladarán a tierras colombianas. Con ello, el cineasta dominicano otorga, en apenas una pincelada, uno de los gestos más significativos de esta Pepe que nos ocupa, donde el trayecto recorrido por dicho hipopótamo servirá como vehículo para arrojar reflexiones de lo más diversas en un ejercicio que se desliza entre lo puramente sensorial decantándose en ocasiones por ese carácter juguetón que compone no sólo la crónica trazada, sino también el modo de enhebrar imágenes de una naturaleza de lo más dispar que posee el realizador.
Desde el uso del formato al color (o la ausencia de), pasando por la configuración del plano apelando incluso a su movimiento, o la textura de la misma imagen, son elementos que sirven al cineasta para componer un viaje inmersivo, que tan pronto se pierde entre los recovecos de los distintos parajes que irá transitando Pepe, como encuentra en sus propias reflexiones existencialistas un punto desde el que ir (re)construyendo esta epopeya casi a ritmo de formol, desposeída de toda épica y, por contra, esterilizada con todos los obstáculos que irán quedando en el camino. Nelson Carlo de los Santos Arias elabora así una narrativa que se mueve concienzudamente, sin prisa pero sin pausa, dotando del poso adecuado a las distintas estampas que la irán conformando, y reiterando de ese modo la condición sensorial de un artefacto que no limita el lenguaje, ni siquiera los confines de su propia historia. Pepe desplaza toda preconcepción y sumerge al espectador en una de esas travesías cuyo sino se atisba por el origen de la crónica narrada más que por el vaivén o tonalidades de un relato en constante reformulación, cuya virtud entronca con un cine libérrimo, alejado de fórmulas y plantillas y, por tanto, que se eleva en ocasiones exhibiendo una expresividad que pocos autores recogen como el dominicano.
Pepe contempla, lejos del apartado visual, una discursiva que se desliza con tenacidad, sin resultar abrasiva ni explicitar un sentido que la propia historia posee de por sí, complementando una narrativa donde el colonialismo queda expuesto no sin trazas de una en ocasiones punzante ironía que otorga matices accesorios. Todo ello no impide que el film del autor de Cocote funcione mucho mejor en su vertiente meramente visual, desembocando en secuencias de lo más sugerentes, y se pierda en sus pasajes de cauce más narrativo, siendo quizá la aparición de humanos, justo cuando la figura de Pepe posee menos presencia, aquello que atenúa sus rasgos centrales y su capacidad de sugestión, dejando aquello que parecía un paso adelante con respecto a su ya destacable debut en anécdota, sin terminar de concretar sus posibilidades. No obstante, bien merece la pena embarcarse en ese viaje que propone de los Santos Arias, ni que sea por la fuerza que llegan a poseer algunas de sus imágenes y secuencias, logrando dar forma a una de esas experiencias únicas de las que se sustrae un cine por momentos vertiginoso y audaz que se instaura en la mente y la retina como si de un estado se tratase.
Larga vida a la nueva carne.