Joy está fabricada a partir de impulsos, y eso la convierte en la impoluta imperfección. En apariencia Joy es única, pero en pequeñas dosis la reconocemos como algún acto personal e irresponsable de nuestra vida. Porque Joy es, irremediablemente, un embudo por el que pasa toda una generación.
People That Are Not Me está dirigida, escrita, producida y protagonizada por Hadas Ben Aroya, a la que no perdemos de vista un solo instante. Es una implicación que se siente desde un inicio, donde Joy se nos presenta desnuda, física y emocionalmente, enfrentándose a sí misma reflejada en la pantalla de su ordenador, lloriqueando por una relación perdida, construyendo un discurso que se repite a sí misma para ese receptor lejano, que solo va a conocer una única versión de su súplica.
Joy muestra muchas verdades por minuto. Se presenta tal y como se siente en cada momento y esto implica duda, pasión, irracionalidad, desespero… es lo que ofrece esta joven que se relaciona con los demás tal y como lo hace con ella, rompe los límites que se autoimpone, y los vuelve a armar con prisas cuando le conviene, dejando ese rastro de no tener claro lo que todavía no conoce. Es una chica más.
Hadas habla de lo que conoce y sabe generar complicidad. La cámara la rodea constantemente, baila con ella animosa, dirige siempre su mirada para captar cada uno de sus movimientos, y esto nos funde con sus actos, casi con sus confusos pensamientos. Tiene ese laureado gusto por el ‹indie› como fondo, sabe relatar la calle e intimar con los interiores, incluso rebozarse con las sábanas cuando es necesario, porque esa cámara busca la cercanía de Joy y la frescura de la vida que reproduce.
El rabioso encanto aquí tiene nombre de mujer, siendo los hombres circunstanciales invitados. Joy es el epicentro que radiografía con una mirada cristalina todo lo que la rodea, y va del retrato pormenorizado de la juventud que habita Tel Aviv, al discurso genérico del amor. Si en otras películas sientes intrusivo ese intento de relatar lo que rodea a los jóvenes, viendo el artificio y las etiquetas por todas partes, en People That Are Not Me se consigue todo lo contrario, y es claramente una cuestión de actitud: puedes aceptar o no al personaje de Joy, pero Hadas transmite una energía contagiosa.
La desnudez inicial se siente en cada amplia sonrisa, cuando mueve su pelo inquieta, escalando hombres altísimos o abriendo sus piernas para que le coman el coño. De dudas, actos peregrinos y desafíos estamos todos llenos y la protagonista es un constante recordatorio de ello, porque en más de una ocasión caminamos dos pasos por detrás de ella, y vemos como avanza decidida a algún lugar antes de algún tropiezo digno de la madre naturaleza. Para ello se aprovecha de largos y definitorios ‹travellings› persiguiendo su espalda, por la calle, por la discoteca, aliándose con la imagen a la hora de contarnos algo.
Estupideces, sexo, sentimientos, compromiso, deslealtad, conversaciones intrascendentes: People That Are Not Me no inventa nada, simplemente dialoga con facilidad con el ahora. Su lenguaje es claro, visualiza con honestidad un universo muy encorsetado en el amor y lo libera sin miedo a romper las barreras de la intimidad: porque no olvidemos que la directora maneja todo en la película y se nota mucho en la imagen que refleja de la mujer. No es la típica chica de al lado que tanto se ha potenciado en el cine como un ejemplo inalcanzable. Todo parece más natural (rompedor para el que lo vea por primera vez) cuando no se idealiza por gusto, algo que se ve reflejado en esas esporádicas relaciones con los hombres, la forma de no empastar la imagen ni apartar la cámara para dar una falsa “intimidad” a las escenas de sexo, o sus ‹match› a chicos con el móvil mientras compra el pan. Sin perder un mínimo de esencia, sin ser vago ejemplo de banalidad, Joy es un personaje real que ha roto con el amor y le pone tiritas sin querer aleccionarnos de nada mientras sigue respirando.