Península, la esperada secuela de Train to Busan, parte de un concepto muy claro: ser más grande que su predecesora. Es decir, repetir conceptos, esencialmente en lo que respecta a la visión del zombie como ente rápido, salvaje, más rabioso que devorador pero ampliándolo en cantidad, contexto y escenas de acción. Pero como suele suceder habitualmente más grande no implica necesariamente mejor. Es más, muchas veces esta multiplicación de elementos suele fallar estrepitosamente si no va acompañada de algún giro que aporte cierta personalidad.
Un ejemplo de ello es Alien de Ridley Scott versus Aliens de James Cameron. Un caso repetido hasta la saciedad pero no por ello menos paradigmático de cómo hacer una secuela más grande no limitándose a poner más aliens sino subvirtiendo el género de su predecesora. Cierto es que Peninsula, por puesta en escena y concepción tenía lo necesario para jugar esta carta. Yeong Sang-ho, sin embargo opta por cambios meramente estéticos, por ampliar el universo limitándose a abrir el espacio cerrado de un tren en una batalla a campo abierto en la ciudad de Busan. Más allá de eso, pocas novedades extra aporta esta secuela repitiendo incluso las mismas flaquezas que la original.
Península reduce el argumento a una premisa tan endeble que suena a excusa para ofrecer un espectáculo que combina una acción post-apocalíptica, en una suerte de Mad Max zombie feísta, con un improbable drama de tintes humanistas. Un viaje por momentos caótico, banal y, lamentablemente, incluso aburrido cuando se trata de profundizar en algo que vaya más allá de sus potentes y trepidantes ‹set-pieces›. Es indudable que en cuanto a la acción se refiere podemos hablar de su potencia, mala leche y de una tensión ciertamente disfrutable, pero estos momentos parecen estar ahí sencillamente para hacer levantar el vuelo de una trama cuya visión de un post-apocalipsis distópico es un auténtico festival del “porque sí”.
Personajes escasamente dibujados, situaciones que se mueven entre lo irrisorio y lo risible y una trama que oscila entre lo absurdo y lo plano acaban por configurar un producto donde se consigue que no importe absolutamente nada de lo que pueda pasar. Eso sí, al igual que en Train to Busan Yeon Sang-ho saca tiempo para proceder a embutir un drama familiar subrayado hasta el paroxismo de lo ridículo en un desenlace que, a falta de otras palabras, roza la pornografía sentimental con un uso aberrante de los recursos potenciadores del drama. Música histriónica (cambiando el piano por sección de cuerda), primeros planos agotadores, muecas de dolor y ‹slow motions› para generar un impacto emocional empático que no tiene que ver con el arco dramático y sí con el resorte facilón de poner a niños como centro neurálgico de la tragedia.
Península supone pues una decepción en cuanto ignora la capacidad de Train de Busan de generar ideas continuamente y reinventar el género para convertirse en un thriller más de acción con zombies rabiosos. Así pues estamos ante una secuela formulaica que no solo no se repiensa sino que se deja llevar por la repetición plana de lo que funcionaba y por insistir en aquello que ya chirriaba en la primera parte. Un espectáculo pues, parcialmente disfrutable para los amantes del género pero que, por desgracia, apuntaba mucho más alto de su mediocre resultado final.