Dijo en su momento Don Pedro Calderón de la Barca aquello de: «Toda la vida es sueño y los sueños, sueños son». Posiblemente, una de las citas más conocidas y a la vez más bellas que haya podido dar el teatro español. Pero lo que nunca llegó a conocer Calderón es que siglos después de su muerte es ese invento llamado cinematografía, que no sólo nos facilita soñar con una buena pareja en un lugar de fantasía (aquello del star-system y demás parafernalia), sino que también nos posibilita conocer los sueños de personajes anónimos. Sueños que en ciertas ocasiones son realizables, pero que la mayoría de veces sobrepasan la barrera de lo utópico.
En Pelo Malo, el soñador es Junior, un niño venezolano que habita en una de las barriadas más pobres de Venezuela. Su madre es una ex vigilante de seguridad en busca de recuperar su empleo y que además tiene que cuidar de una niña pequeña. Pero más allá de estos problemas, la principal preocupación de Junior es que tiene el pelo rizado. Un pelo horrible según él, ya que desearía tenerlo liso para así poder llegar a convertirse en un cantante famoso. A su madre no la terminan de convencer los deseos de su hijo, ya que en el fondo van muy de la mano con una incipiente homosexualidad muy mal vista por su barrio.
Sin duda, lo mejor de la película es su capacidad para describirnos todos esos sueños de Junior sin ninguna palabra vacua y sin que el propio protagonista lo vaya contando en voz alta al espectador. A través de la relación con su madre, su abuela y una fiel amiga, y en apenas hora y media, llegamos a conocer a Junior, un personaje muy bien construido y perfectamente creíble. Está claro que no se pueden atribuir todos los méritos a la directora y guionista Mariana Rondón, ya que en la caracterización de Junior cuenta con la inestimable ayuda del Samuel Lange Zambrano, que le presta su piel para moldear un buen papel. No es menos destacable Samantha Castillo en el papel de la madre, un personaje al límite de lo miserable que ama a su hijo a la vez que no acepta sus deseos y aspiraciones.
Un aspecto curioso de Pelo malo es que, pese a la profundidad de los personajes, éstos apenas evolucionan a lo largo de la obra. Estamos acostumbrados a que en la mayoría del cine se nos ofrezca un momento concreto de la vida de un personaje en el que sufre cambios drásticos. Es una de esas licencias aceptadas socialmente que de vez en cuando los guionistas se toman, ya que realmente resulta difícil de creer que un personaje pase por todo tipo de situaciones durante apenas una semana de su vida. A pesar de ser una licencia consensuada en el seno del cine (similar a la de, por ejemplo, eliminar el tiempo de espera en las llamadas de teléfono), Mariana Rondón ha eludido cualquier tipo de artificio y nos presenta unos días cualquiera en la vida de Junior, sin situaciones extremas (salvo, quizá, la escena final). Es decir, realismo puro para lograr la credibilidad pura.
Esto también tiene su lado malo, y es que muchos espectadores echarán en falta un poco más de chispa en la narración, que suceda algo verdaderamente relevante en vez de poner la cámara e intentar aproximarse al realismo (cosa imposible aquí porque es pura ficción, no un documental). En cualquier caso, y pese a que Pelo malo pueda ser mejorable en muchos aspectos, Mariana Rondón ha logrado realizar una obra cercana, creíble, intentado reflejar decentemente la situación de un país que muchos desconocemos. Además, ha conseguido algo que a muchos otros les resulta imposible: dirigir a un niño de manera correcta, evitando que dé vergüenza ajena o que se le vean las carencias de primerizo. Tratándose de un actor debutante como Samuel Lange Zambrano, es todo un acierto por parte de la directora.