La culturista suiza Julia Föry y su impresionante físico provee a la presencia y personalidad de la protagonista de Pearl (Elsa Amiel, 2018) de una autenticidad y naturalidad que desborda por momentos los límites de la propia ficción. Léa Pearl (Föry) acude junto a su entrenador Al (Peter Mullan) —una vieja gloria del ‹bodybuilding›— al torneo internacional que tiene lugar en un lujoso hotel, donde competirá en un par de días por el título de Miss Heaven. La directora aprovecha excepcionalmente su decisión de casting y seguimos a Föry en sus entrenamientos con pesas y ejercicios, sus rutinas de dieta y abstinencia de líquidos para controlar el peso, sus ingestas de complementos nutricionales y drogas que mantienen un riguroso control sobre su cuerpo. Un cuerpo construido, moldeado por pura voluntad bajo la guía y las imposiciones de la experiencia de Al, con quien mantiene un vínculo cuanto menos ambivalente, que transgrede los límites del abuso. Y en este contexto tan exigente y extraño reaparece en la vida de Pearl un hijo pequeño al que hace años que no ve y que no la recuerda, cuyo padre le pide dejárselo a su cuidado durante unas horas.
Con un montaje que marca el paso del tiempo de manera concisa, la cineasta se nota interesada por describir los grotescos ambientes de esta disciplina deportiva. Unos ambientes cargados de una sordidez ineludible por las poses, los rituales, el bronceado falso de los participantes, la ropa ajustada y mínima, con accesorios horteras y un exceso de maquillaje que adornan los rostros y las manos de las mujeres. Y en medio de todo esto, un niño obsesionado con los superhéroes que ve en su madre a alguien parecido a un personaje de Marvel. La sutileza no forma parte del relato del filme o del uso narrativo de la cámara por parte de Amiel. Con el reencuentro traumático con su hijo a Pearl le vuelve la menstruación de forma inesperada. Una relación simbólica directa entre su renuncia a la familia y su fertilidad que regresa ahora interna y externamente, que pone en crisis su modo de vida y la dinámica con su preparador. Un preparador preocupado por encontrarle un patrocinador importante y por una victoria de su protegida que le permita seguir teniendo éxito a través de ella. La voz de Peter Mullan juega un papel fundamental con sus características inflexiones, una voz tremendamente inquietante que aparece en el fuera de campo aplastando prácticamente sus pensamientos, manipulando el estado emocional de Pearl.
Para subrayar esta disonancia entre la hiperbólica musculatura elaborada a través de disciplina y sacrificio y su estado interno, los momentos de desarrollo dramático vienen potenciados por una estimulante banda sonora electrónica de carácter atmosférico a cargo de Fred Avril. Un sonido que también parece ocupar espacios y situaciones cuando Amiel crea secuencias de montaje musical con planos de trávelin lateral que permiten captar todavía más esa realidad grotesca y desequilibrada en la que nos ha introducido. Al mismo tiempo que con estos instantes provoca una ruptura en los términos visuales con los que maneja la escenografía, que asume durante la mayor parte de su metraje con intenciones de un sobrio naturalismo y pasa a proponer una aproximación sensorial para acercarnos al realismo psicológico en sus imágenes. Se alejan del uso de cámara en mano —con composiciones que fragmentan cuerpos y espacios— para pasar a una estilización hiperestética y planos abiertos que comparten tanto momentos de crisis emocional y reflexión como los dedicados a retratar intensidad dramática, pero también las sesiones de fotografía o la misma exhibición definitiva de sus capacidades delante del jurado. Un jurado, un entrenador, un posible patrocinador, un ex o un hijo con los que debe mantener una mirada, una sonrisa, una posición concreta… para ser aceptada, pero siempre desde fuera. Pearl establece así la narración de una crisis de identidad, entre las expectativas ajenas y los deseos propios, entre aquella construida en un presente continuo y la olvidada de un pasado que, quiera o no su protagonista, la sigue definiendo.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.