Una generosidad perversa
Unos labios envenenados de soledad que consumen todo cuerpo al que se acercan por miedo a perderlo, por pavor al abismo que acompañaría la ausencia de compañía, por la imposibilidad de lidiar con una casa, una habitación o un colchón vacío, eso es lo que filma Ira Sachs en Passages, cinta protagonizada por Adèle Exarchopoulos que se proyectó en los festivales de Sundance y Berlín de este mismo año.
Tomas (Franz Rogowski) es un director de cine que, durante la fiesta de fin de rodaje de su última película, conoce a Agathe (Exarchopoulos), una joven profesora que acaba de cortar con su pareja, con la que se acuesta esa misma noche. A la mañana siguiente, se lo cuenta a su marido, Martin (Ben Whishaw) —son una pareja abierta—, esperando encontrar en sus palabras un espacio algodonado en el que poder reflexionar sobre su sexualidad, sobre la posibilidad de sentir una verdadera atracción física por una mujer, pero niega, en todo caso, que pueda haber algo más allá de lo puramente físico. Nada más lejos de la realidad, a medida que los encuentros con Agathe aumentan, sus sentimientos hacia ella se hacen más fuertes y las mentiras que le cuenta a su marido más inverosímiles. Así, el día que decida divorciarse para iniciar una relación seria con la maestra, su vida se verá golpeada por el temblor de la duda, la sombra del error y la luz anaranjada de un nuevo horizonte que alcanzar.
«Reconozco que entonces fue generoso: me recogió en su casa, me ofreció cuanto tenía, me alimentó, jodimos hasta agotarnos, y me dio de beber hasta que el “pastis” se me salía por las orejas. Vivimos meses en estado de exaltación, una ebriedad en la que alcohol y sexo formaban una madeja que no había manera de desenredar, bebíamos para desearnos más y nos deseábamos más porque bebíamos. Pero casi desde el principio advertí que esa generosidad corría peligro de convertirse en una forma perversa de intercambio: me doy entero, pero te quiero entero». Este párrafo de París-Austerlitz condensa a la perfección la idea central del libro de Rafael Chirbes: el amor como un ente duro, seco e insaciable que, en su búsqueda del éxtasis, tanto como físico como emocional, rasca la piel del cuerpo deseado hasta abrirla por completo, hasta convertirla en una tierra sembrada de dolor, estéril de deseo, que termina manchando de sangre todo lo que tiene a su alrededor. La cinta de Ira Sachs es, precisamente, una disección del amor que no sólo comparte objeto de estudio con la novela del escritor valenciano, sino también tesis.
La idea de Passages es rajar con precisión clínica eso llamado amor impetuoso, ansiedad por necesidad de afecto o incontrolables latidos emocionales; apartar sus tendones y músculos y partir sus huesos en dos hasta alcanzar su médula, hasta llegar a sus raíces para poder determinar cuál es el germen que lo provoca. El protagonista se mueve entre las piernas de su marido y las de su amante con la misma locura desesperada que un animal en celo y, en el proceso, desenfoca las etiquetas con las que los nombra para poder intercambiarlas en base a sus propias necesidades. Porque aquí todo se mueve según los apetitos del personaje interpretado por Franz Rogowski: su incapacidad para tomar una decisión clara deviene en un ir y venir constante que no hace sino dañar a sus amantes hasta el puro agotamiento. Y Sachs narra esa caída libre con pulso firme, sin concesiones al personaje principal. Su intención no es dejar en evidencia esta forma de mal querer sino entender sus motivaciones. En singular, en este caso: la soledad. La angustia que le provoca el silencio es motor suficiente para buscar un cuerpo caliente cada vez que la sensación de pérdida o estancamiento aparece en pantalla. La película no es, ni mucho menos, una crítica a las relaciones no monógamas, sino la disección de un personaje que se ahoga en su necesidad de atención, y que, como el protagonista de Chirbes, devora a sus amantes sin reparar en sus sentimientos.
El director utiliza la cámara con la frialdad de un utensilio clínico, busca siempre un punto de vista distante desde el que mostrar los hechos, evitando de forma admirable convertir la película en un melodrama de lágrima fácil, muestra con explícito realismo los encuentros sexuales, introduce elipsis secas pero sugerentes y rechaza en la medida de lo posible el uso del primer plano para no abusar de las emociones.