Si hay un nombre no solo a rescatar ante coetáneos que han hecho (aún más, si cabe) internacional el thriller coreano, deviniendo un sello del todo inconfundible, sino que además se antoja esencial en un género que alcanzó uno de sus puntos álgidos gracias en parte a sus aportaciones, y no precisamente tras las cámaras, ese es el de Park Hoon-jung, pues el cineasta, distinguible gracias a títulos como New World, con la que se diera a conocer en 2013, no fue sino el responsable de escribir piezas clave como The Unjust (Ryoo Seung-wan, 2010) o Encontré al diablo (Kim Jee-woon, 2010). Un año más tarde, no obstante, llegaría su oportunidad como realizador con The Showdown, una cinta de acción de época que no tendría gran repercusión, pero que sería previa a la citada New World, su salto definitivo como director protagonizada, entre otros, por Hwang Jung-min (con el que coincidió en The Unjust) y un Choi Min-sik que también encabezaría su siguiente tentativa, The Tiger, en otra mirada al cine de género de época. No obstante, y lejos de un terreno que ha pisado en más de una ocasión, donde ha terminado certificando definitivamente su talento el cineasta es bajo los efluvios de un thriller que ha tomado caminos de lo más satisfactorios, algo que queda corroborado gracias a su regreso a cines con El bastardo, pero que sin embargo había otorgado muy buenos frutos en títulos tan destacables como V.I.P. o Noche en el paraíso, una producción que terminaría distribuyendo Netflix y que es, con toda probabilidad, una de las obras más maduras que haya realizado el coreano hasta la fecha.
Destacable por una construcción dramática no del todo habitual en el thriller del país asiático, Noche en el paraíso encuentra precisamente en ese peculiar carácter una de las principales virtudes que sostendrán el esqueleto de la película; y es que, si por algo destaca la obra de Park Hoon-jung, es por la escritura de personajes que van más allá del mero bosquejo o la caricatura, y es ahí donde el film que nos ocupa cobra una magnitud distinta. Porque, tampoco negaremos lo evidente, si bien es cierto que con Noche en el paraíso nos hallamos ante una propuesta arquetípica dentro de lo que podríamos considerar la forma de trabajar el género en latitudes orientales, con su particular devoción por la mafia y los vericuetos que la rodean o esas secuencias de acción marca de la casa que en ocasiones sorprenden por su forma de torsionar la verosimilitud en pos de un espectáculo tan cruento como inaudito, cabe destacar en todo momento la labor realizada por el autor de New World consiguiendo llevar al espectador al límite a través de dos figuras tan reconocibles como a fin de cuentas bien trazadas. Un criminal en fuga y una muchacha que cuenta los días que le quedan: dos personajes condenados, que se encuentran en un callejón sin salida, y que no parecen sino dispuestos a aceptar su destino, a asumir lo que vendrá. «Puede que tú hayas nacido antes, pero sin duda yo moriré primero», le espeta ella durante una discusión, hecho que da buena cuenta sobre el halo de fatalidad que no solamente se cierne sobre ambos, sino es aceptado con resignación, desviando ese reflejo de la imposibilidad de escapar dibujado ya desde tiempos en los que el ‹noir› reinaba a un contexto que entronca a la perfección con la personalidad de un cine para el que no suele haber medias tintas: voraz y directo, el thriller coreano ha acostumbrado a asentar sus bases sobre una naturaleza indomesticable en la que acostumbra a encontrar su sino, de la que apenas se puede alejar.
Siendo, pues, conscientes de que esa suerte de idiosincrasia suele marcar el devenir de un género que si funciona como lo hace, es debido a que, al igual que muchos de sus personajes, no tiene nada que perder, Park Hoon-jung traza una epopeya violenta que, sin embargo y lejos de lo que pudiera parecer, está marcada tanto por su tono deliberadamente dramático —sin cargar las tintas, tanto la forma de delinear el carácter de ambos protagonistas como el medido trabajo de su banda sonora, que huye de ese exacerbamiento en el que cae no pocas veces el cine coreano, dan buena fe de ello— como por un sentido del ritmo ejemplar, que templa con maestría ese acercamiento a sus personajes, controlando desde cada acción y cada diálogo un vínculo que se consolidará sin necesidad de recurrir a tópicos fuera de lugar —de lo más divertida esa secuencia donde él, Tae-gu, la rechaza a ella, Jae Yeon, ante la insinuación realizada por esta—, y que además obtendrá una dimensionalidad a la altura de las circunstancias, pero siendo capaz de introducir esas secuencias de acción tan características sin que estas se conviertan en un elemento disruptivo, sino más bien conductor. Algo que se percibe en especial en ese último acto y en el brutal torrente que traerá consigo, logrando incluso recrear alguna atmósfera de lo más cruda, prácticamente irrespirable, que a la postre servirá de disparadero para llegar a una conclusión que se antoja inevitable, y no tanto por su función detonante dentro de los recovecos del thriller, sino más bien por constituir el reflejo de una catarsis absolutamente necesaria.
Noche en el paraíso se erige de este modo como algo más que la confirmación de un talento que ya se atisbaba en anteriores producciones, también como un perfecto espejo —aunque evidentemente quebrado y ensuciado por algún salvaje chorro de sangre— de que el thriller se puede erguir como algo más que un vehículo recreativo, llegando a alcanzar una condición casi expiativa para esos personajes que vagan en la sombra y escapan en silencio, deviniendo un purgatorio cuya condición incluso Park Hoon-jung parece recoger en el acertado título del que es uno de los ejercicios más poderosos e implacables de los últimos años, esta Noche en el paraíso que bien convendría no considerar una muesca más en la obra del que se antoja un autor tan mayúsculo como reivindicable.
Larga vida a la nueva carne.