El coreano Park Chan-wook nos ha obsequiado este año con una de sus películas más redondas y fascinantes, Decision to Leave. En ella, el cineasta da rienda suelta a su gusto por las transiciones y a su supuesta admiración por los grandes narradores, desde Hitchcock y De Palma hasta David Fincher. Lo que es palmario es que su cine rezuma de una cinefilia contagiosa.
No obstante, no está de más poner el acento en una de sus aportaciones más singulares a la cultura audiovisual contemporánea. En 2011 presentó el cortometraje Night Fishing, film rodado íntegramente con un teléfono móvil. El estadounidense Sean Baker no fue el único que por esos años experimentó con este nuevo formato, con su exitoso film independiente Tangerine. Cuando David Lynch presentó Inland Empire, o cuando Lars von Trier tocó el cielo del cine de autor europeo con Dogville, los cineastas estaban poniendo de manifiesto que el cine, tal y como había sido entendido en el siglo XX, estaba a punto de cambiar radicalmente desde el punto de vista estético. El advenimiento del digital, encabezado por movimientos como el Dogma 95, emergió como un acto de resistencia contra la dictadura del celuloide y, paradójicamente, unos pocos años después es el celuloide lo que deviene un bastión de resistencia. Inland Empire es una película que, además de ser un acto de fe hacia una imagen cinematográfica en constante mutación, sienta cátedra sobre nuevas formas de consumo, y se avanza una década a la consolidación del ‹streaming› y al modelo serial como paradigma del consumo, la narrativa y la creación. Lynch filmó desde el vídeo, acto análogo al de Park o Baker al confiar en el soporte móvil para pensar las imágenes. Night Fishing, que pasó por el Festival de Berlín con galardón incluido o por Sitges, es coetáneo a la toma de poder de empresas como Netflix, lo cual es sintomático de que el espectador demanda otro tipo de experiencia.
El film, de una duración de treinta minutos, se inscribe en la tradición del misterio y el surrealismo. Lo que comienza como un posible relato gótico de Guy de Maupassant o un thriller canónico, con el motivo detonante del hallazgo de un cadáver, se transforma en una suerte de ensayo visual que sintetiza hábilmente las habilidades del director para la puesta en escena y la correlación de las escenas. Una noche, mientras está de pesca, un hombre encuentra a una mujer fallecida, asunto que le hace perder la cordura y el sentido de la realidad y despertar ulteriormente con el vestido del cadáver puesto.
No es baladí que el nombre de Lynch haya emergido en este texto, pues la escena de apertura remite indudablemente a los videoclips que ha grabado el cineasta, según los cuales aquello que se nos presenta como ordinario empieza a pervertirse, a corroerse y a mostrar grietas. Park combina atmósferas distintas, y es capaz de imbricar la estética directa y casera del móvil con un astuto trabajo de artesanía a través de los colores. Como llevarían a cabo directores vanguardistas como Terayama Shūji, o tendencias del cine moderno como la Nueva ola checoslovaca, el color es un agente disruptor en el relato, que nunca para de sorprender con algún gesto o alguna deriva de la trama que responde a puros estímulos creativos. Es una de las piezas más extrañas del realizador coreano, y por qué no decirlo, fascinantes.