¿Recuerdas esa sensación, cuando te cuentan un chiste tan malo que pasa a ser descacharrante, por lo extraño, ingenioso y único de su carácter? Yo no, porque no me quedo nunca con los chistes, pero si la pregunta sirve como descripción, sería tal que así: escuchas el chiste y, cuando se acaba, permaneces en silencio unos segundos, analizando el contenido; después miras a tu interlocutor, y de tu boca sale un soplido que de pronto es medio carcajada, aunque termina como una onomatopeya de aprobación cohibida, porque a pesar de todo, piensas que ha sido algo absurdo.
Paris pieds nus se acerca bastante a ese chiste, sólo que hará mucha más gracia a un perfil concreto de sus espectadores, dada la creatividad visual, o más bien del espíritu. Y es que Paris pieds nus, de Dominique Abel y Fiona Gordon, mantiene, de un modo peculiar y no demasiado cercano, el espíritu que ya desarrolló La chica del 14 de julio. Peculiar, por serlo menos que aquella. No demasiado cercana a la película de Antonin Peretjatko, porque su locura parece menor (aunque tal vez sólo sea en apariencia). Sin embargo, espiritualmente es similar, por su locura, su peculiaridad y sus reflexiones sin sentido y con humor. O puede que no reflexione en exceso, dejando a un lado la sátira pero sin duda aporta una mirada muy personal sobre su mundo y los personajes que lo rodean. Ambas cintas se construyen sobre una base simple: la ingenuidad. Marca de la casa para muchos, por otros precedentes que me niego a mencionar.
Claro, que… también bebe de los grandes del cine mudo, y bastantes litros. Hace ya bastantes años, tras el inicio de la debacle de Los Simpson, que coincidió con el furor por otras series similares, algo destacaba en especial, algo nuevo en lo común: la capacidad para alargar la broma y saber ese momento exacto en el que pasará de desconcertar a hacer reír. Han pasado muchos años desde entonces y, al menos en general, parece que la técnica se ha mejorado y perfeccionado, especialmente si es visual, la broma. En Paris pieds nus todo junto queda bien, aunque es recomendable la paciencia, porque a pesar de estar construida sobre una narración lineal llena de esos gags visuales (generalmente) cortos y entrelazados sin descanso, también se prolonga sin prisas, desarrollando cada escena como un musical. En ocasiones, incluso, se valora mucho más el ingenio que el humor, y eso también es meritorio, dado el carácter personal —prácticamente en todos los sentidos— desarrollado por Abel y Gordon casi como un regalo para Emmanuelle Riva (y ellos mismos).
Siempre he pensado que, para el cine, caminar por París es la clave para ser feliz, pero desde hace años también, al menos para los propios franceses, se podría decir que caminar por París es la clave para ser ingenuo. En cualquier caso, todo el que va, se queda.
¿Es una excentricidad? Si no fuera francesa, posiblemente. O tal vez si fuera la primera obra a destacar en la carrera de este dúo, pero no lo es, tampoco.