Mario Monicelli, autor italiano prolífico como pocos, cultivó a lo largo de su carrera nombrosos premios, reconocimientos y loas varias a su trayectoria. No en vano, se le puede considerar uno de los padres fundadores de la «Commedia all’italiana», especialmente por aquella entrañable obra que en España se acabó titulando Rufufú (1958, Monicelli), cinta cargada de tintes tragicómicos y de una mala leche envidiables.
En esta ocasión, y ciñéndonos a la etiqueta del especial navideño de Cine maldito, qué mejor que husmear entre los últimos títulos de Monicelli para encontrarnos con una película que aglutina, bajo una falsa capa de bondad, un buen número de constantes del cine del italiano, sobre todo por lo que se refiere al uso del humor negro y al modo en que se perfilan los personajes, con una mala baba que es para caerse de espaldas. La película en cuestión es Parenti serpenti (que traducida de forma literal sería algo así como Parientes serpientes o Familiares serpientes). Efectivamente, ya desde el título, no nos resulta complicado entrever que los personajes que aparecerán a lo largo y ancho de los 100 minutos de metraje son verdaderas víboras.
Monicelli encuadra la acción de su historia en una pequeña ciudad italiana, a la que acude el niño protagonista junto a sus padres. Allí la intención es que se produzca un reencuentro familiar en casa de los abuelos. Una estampa que muchos de nosotros hemos repetido durante estos últimos días. Monicelli presenta a la familia con mucha naturalidad, bajo las impresiones y recuerdos del pequeño de la familia, que narra la historia mediante el recurso de la voz en off. Así, debemos suponer que lo que vemos en pantalla puede ser, quizás, un retrato familiar algo esperpéntico motivado por las remembranzas de nuestro afable efebo.
Y todos los hermosos tics familiares vuelven a reunirse en treinta metros cuadrados, dispuestos a glotonear los espaguetis de siempre de la abuela, dispuestos a hablar de los mismos temas del año pasado y dispuestos, sobre todo, a usar de forma despiadada esa lengua viperina que el altísimo les otorgó para ello. Así pues, lo que en un principio puede parecer una típica cena navideña, se acaba erigiendo en un nido de conflictos familiares que ríanse ustedes de nuestra entrañable familia real. Sin embargo, uno de los mayores problemas de la película es que las situaciones estan retratadas con brocha gorda, sin miramientos, con lo que, al menos por lo que a un servidor se refiere, el recuento de momentos de verdadera comicidad es más bien escaso.
Por otro lado, el retrato de los personajes es pobre y demasiado tópico, ninguno de ellos deja lugar a lo impredecible o a una acción válida para el recuerdo. Más o menos lo mismo podemos decir de los resortes narrativos o formales que usa Monicelli en Parenti serpenti: todo nos huele a rancio, a deja vu, no hay lugar para la sorpresa. Menos aún cuando los abueletes de la familia, aprovechando la espléndida acogida de los espaguetis con atún navideños, anuncian a sus hijos e hijos políticos que han pensado que uno de ellos debería cuidarles hasta el fin de sus días. El embrollo y las disputas que se proceden son fácilmente imaginables.
Y aunque la película acabe como cualquier espectador con dos dedos de frente pueda sospechar, es al menos un punto de referencia al que agarrarse para sentir que el visionado de Parenti serpenti ha sido mínimamente provechoso. En realidad, la película de Monicelli es muy consciente de sus limitaciones, y, aunque numerosas, también es cierto que se trata de un film agradable de ver, con capacidad para hacernos retrotraer a nuestras épocas de infantes y que gana, evidentemente, vista en familia. Una vez contemplamos este, ejem, explosivo final, nos replanteamos si el suicidio del director, a los 95 años de edad y tirándose por la ventana de un hospital, no sería una licencia poética, otra más de sus grotescas bromas, tan llenas de veneno como el final de su película navideña.