Empieza la película con un plano fijo de una ventana de una casa cerrada con una verja, y de fondo un paisaje con mar. Llega un coche y de él se baja un hombre con una maleta. Abre la verja y entra en la casa. Lo primero que hace nada más llegar, aparte de sacar a su perro de una bolsa de viaje, es cerrar las cortinas de todas las ventanas, y taparlas aún más con telas negras. ¿Quién es este hombre, de dónde viene? ¿Por qué oculta la luz? Nos encontramos ante la que probablemente será la película más polémica de esta Berlinale, Pardé (Closed Curtain), la última película encubierta del cineasta iraní Jafar Panahi.
Como ya sabemos, Panahi es uno de los cineastas más importantes de su país, cuya carrera ha quedado mutilada por el régimen iraní, que encuentra su cine de carácter social demasiado subversivo, y le han condenado a 6 años de cárcel y 20 años de inhabilitación para hacer películas. Sin embargo, Panahi sigue trabajando como puede y con los medios que encuentra, porque el cine es su vida, forma parte de él, y eso es algo que nadie le puede quitar así como así. Pardé formaría un díptico con su anterior Esto no es una película, que rodó mientras estaba en arresto domiciliario, pero no desde un punto de vista tan realista y directo, sino más metafórico y abstracto. De hecho, es imposible comprender Pardé si no se ha visto Esto no es una película y no se tiene un mínimo de conocimiento de la obra de Panahi (y aún así es difícil).
Como hemos dicho, al principio no sabemos quién es el hombre que llega a la casa, sólo sabemos que está allí sólo con su perro (Boy, que, al igual que la iguana Igi en Esto no es una película, le roba en muchos planos el protagonismo a su dueño). Una noche, aparecen una chica y un chico en su casa que dicen ser fugitivos y le piden que les ayude. El hombre no se fía de ellos ni de cómo han llegado a la casa, pero finalmente decide esconderles. Cuando el chico se marcha a buscar ayuda, comienza entre la chica y el escritor un duelo dialéctico que hace que la película parezca casi una obra de teatro de misterio a lo Agatha Christie, incluso con los juegos de puertas que se abren y se cierran, y los personajes misteriosos que nadie sabe cómo han acabado allí, pero totalmente cinematográfica, con unos movimientos de cámara y unos planos muy estudiados, que crean incluso momentos de tensión.
Pero todo se complica cuando la chica empieza a desaparecer y aparecer sin saber cómo, trastocando la tranquilidad del escritor. La historia no puede sostenerse por más tiempo, y es entonces cuando Panahi directamente rompe la película (como dice la chica, «ha dejado caer las cortinas») y empieza la segunda parte, que deja de ser ficción y revela lo que realmente es y ha sido todo el tiempo Pardé: una nueva denuncia de la situación en la que se encuentra Panahi, y una nueva crítica al régimen que no le deja trabajar. La cortina cerrada del título es una metáfora de la represión del cine iraní por parte del gobierno, que no quiere que vea la luz, que se airee, y el escritor es el alter ego del propio director encerrado. La chica que aparece en la casa sería, en cambio, una personificación del espíritu de revelarse. Panahi se convierte a partir de entonces en el protagonista de la historia para contarnos en primera persona su desgracia.
Porque si en Esto no es una película el director lanzaba un grito de ayuda y advertencia relativamente positivo (entiéndase como la voluntad de sacar fuerzas de donde sea para seguir haciendo lo que más ama en la vida), en Pardé parece haber perdido la esperanza, y el mensaje final es desolador: por mucho que se esfuerce en ser valiente, la conclusión es que Panahi está cansado de luchar contra una causa que, de momento, parece perdida. Queda claro cuando la hermana de la “chica” va a buscarla a la casa, y él dice que no la conoce. Ha perdido las ganas de revelarse, y al final acaba yéndose de la casa con su alter ego en el coche, y abandonando la rebelión en la casa de las cortinas cerradas.
La película se cierra con el mismo plano fijo del principio, y en el patio de butacas se oyen por parte de un público por un lado conmocionado y por otro indignado por lo que acaban de ver, (demasiado pocos) aplausos, y algunos pitidos y abucheos. Y si esto siempre me parece una falta total de respeto, aún entiendo menos esa desconsideración hacia una película tan metacinéfila y que plantea un tema tan delicado y que nos toca tan de cerca a quienes nos dedicamos al cine como es esta, guste más o menos. Lo que está claro es que no dejará indiferente, se amará o se odiará, y eso siempre es bueno. Para mí, Pardé es la mejor película del Festival que he visto hasta ahora, un ejercicio cinematográfico a veces inaccesible pero siempre fascinante. Lástima que Panahi no pueda estar en Berlín para celebrarlo con nosotros.