Paraíso propone una vuelta más a la decadencia de la Alemania nazi. Buscando puntos de originalidad a un tema que por lo trillado parece que nada diferente se puede decir sobre él, será Konchalovsky quien intente abrir un poco el espectro de formas en las que de esta época se puede hablar para poder así seguir actualizando lo que cae en el olvido cuando no debería. Es en este sentido que el director ruso hace que todo gire alrededor de la confesión a cámara y en blanco y negro de tres personajes representativos que se corresponden con tres maneras de habitar aquel conflicto. Veremos primero como un gañán egoísta cuenta cómo se introduce en el aparato burocrático nazi movido por una insaciable voracidad de funcionario a lo que se le suma una carencia total y absoluta de escrúpulos (¿o va todo unido?). Con la historia de este hombre se cruzará la de una mujer, que también mira al espectador declarando ante nadie sabe quién ni nadie sabe dónde todavía, que parece derivar de la aristocracia rusa y que por idas y venidas del destino termina en las manos del primero. En último lugar surge fija ante la cámara para mezclarse con el resto a su manera la figura de un soldado alemán que, a diferencia del funcionario, se adentra en la maquinaria nazi por un afán de seguir a rajatabla y de manera extremadamente seria una serie de principios morales que él considera básicos. El típico tipo ultra-recto y super-aburrido al que nadie quiere sacar de cañas, vaya. Es de esta manera que estos personajes, que parece primero, se corroborará después, que permanecen en una especie de estadio fuera del tiempo y del espacio al que se refieren, relatan sus experiencias mientras se intercalan en su narración las imágenes de sus recuerdos. Y parece ser este el único rasgo de originalidad de la propuesta, pero no por ello se convierte en una película pobre ni carente de interés. Más allá de este juego narrativo se vuelve especialmente absorbente la elegancia y la dignidad con la que es puesta en escena la serie de situaciones relatadas. Pero en ningún momento se le puede achacar a Paraiso que peque de un exceso de estilismo que derive en frialdad para dejar de lado las cuestiones morales y el torrente de dolor que se desprende de la época. Muy por el contrario, es el hecho de no mostrar en bruto y de manera sensacionalista el acontecer del sadismo nazi, sino de manera distante y dando prioridad a la imaginación del espectador gracias al semi-ocultamiento el que da lugar a otra forma de entrar en las cuestiones éticas sin el encorsetamiento y el llevarte de la mano por un camino preestablecido que supone la imagen que atañe directamente a los sentidos; mientras que, por el otro lado, es también en este alejamiento de las situaciones específicamente violentas en favor de las tensiones personales donde, paradójicamente, se produce en el espectador esa jaqueca que produce la representación del absurdo humano (más que el desencadenamiento de la violencia).
Paraiso se suma a tantas otras películas que abordan el período de la Segunda Guerra Mundial, cifra elevada pero que se vuelve relativa si tenemos en cuenta la magnitud del tema tratado (hay en comparación menos películas en torno a fiestas ‹teenager› pero que se vuelven muchas si tenemos en cuenta lo intrascendente del asunto) y que, más allá de que su estreno pueda servir como otro elemento añadido al método preventivo general en vistas de la progresiva fragmentación de Europa, debe ser valorada por tratarse de una experiencia totalmente elevada.