Cordelia huye de casa
La familia Guerrasio y su círculo cercano organizan una fiesta para celebrar el dieciocho cumpleaños de la hija mayor de Claudio y Carmela. Existe una sana competencia entre la cumpleañera y su hermana Chiara, de 15 años, mientras se miden en la pista de baile. Es una ocasión feliz, donde parece que el tiempo no transcurra y sólo brote la unidad y el bienestar familiar. Sin embargo, en las horas subsiguientes se produce un inesperado giro de los acontecimientos, cuando Claudio desaparece, su coche es dinamitado y se nos da a entender que no es trigo limpio.
Si la Segunda Edad de Oro de la televisión norteamericana diseccionaba a fondo la figura del ‹pater familias› mafioso, ahora es el turno de los hijos, de los descendientes que deben acarrear con la responsabilidad de tener unos progenitores que se movían al margen de la ley. Y por paradójico que pareciese, no significaba que no les amasen; tenemos el caso evidente de Tony Soprano o Walter White que ratifican su preocupación por la familia, cuestión que ocupa el corazón de esta película.
Si por algo la nueva película del director Jonas Carpignano merece nuestra atención, es sin duda por la gestión del silencio y el hermetismo de los adultos.
Desde la primera toma, la cámara denota mucha cercanía y nombres como Cassavetes o los Dardenne pueden acampar fácilmente en nuestro pensamiento. No obstante, el relato avanza en base a otros recursos, pues los primeros tres cuartos de hora del film son una lucha constante de Chiara con el desconocimiento y la angustia de discernir que algo no marcha bien.
Dentro del tejido de personajes, el de la madre queda demasiado desdibujado, se echa en falta otro tipo de posicionamiento por su parte respecto a la tensa situación, como exhibir más calidez o protección hacia sus hijas. Por contrapartida, todos los elementos narrativos están lo suficientemente interconectados entre sí para transmitir esa cruda sensación del no saber. Dicho sentimiento nunca acaba jugando a la contra del espectador, ya que desde el comienzo queda claro que Para Chiara se desenvolverá desde la total perspectiva de la adolescente, quien gobierna todas las escenas y le da título al filme. Con la piel de una crónica juvenil, Para Chiara se despliega desde la ligereza, depositando una envidiable confianza en el rostro de la joven en pos de imaginar su duelo personal con la ausencia del padre.
El cineasta italoamericano es habilidoso en contagiar la tensión de un momento, y más cuando logra ubicar en el espacio a la fantástica actriz principal, que derrocha fotogenia en todas las escenas y soporta con creces el peso dramático.
Algún sabio decía que lo meritorio de cerrar una historia no es el cómo, sino el cuándo, habiendo calculado en qué punto merece ser concluida. Bajo esta aproximación, el desenlace de Para Chiara funciona gracias a un conseguido sabor agridulce, no sólo por el destino de Chiara sino por la correctísima resolución de su arco de transformación.
El patrón que ha seguido el film es, pues, erigirse como un tratado sobre la moral y terminar constituyéndose como una historia de renuncia hacia unas raíces por el bien personal y la esperanza de futuro. Un asunto de supervivencia.