La veterana animadora francesa Florence Miailhe vuelve, tras su primera incursión en el largometraje con La travesía, al formato corto con Papillon, una obra que incide en la temática de persecución y represión de la anterior; aunque en este caso no está basada en la experiencia de una familiar, sino en la de un hombre llamado Alfred Nakache, nadador olímpico y protagonista de una célebre y desgarradora historia como superviviente del Holocausto. Alfred, de familia judía y nacido en la Argelia colonial, vivió la persecución nazi en medio de una exitosa carrera como nadador competitivo, rompiendo un récord mundial antes de ser llevado a un campo de concentración; tras su liberación, pudo recuperarse y regresar a las Olimpiadas en la edición de 1948.
La historia, como tantas otras en el contexto del Holocausto, es fascinante y llena de calado emocional, pero también supone una complejidad a la hora de adaptarla que tal vez no tenía que asumir Miailhe en su largometraje, ya que en este caso se podría llegar a sentir como que se está apropiando emocionalmente de unas vivencias que no le pertenecen. La autora aborda esta problemática con el suficiente tino y sensibilidad, recogiendo los testimonios que el protagonista compartió a su familia y evitando ahondar psicológicamente en ellos en exceso; tal vez, por ese motivo, el formato de cortometraje sea particularmente conveniente aquí, en el que se pueden reproducir ideas y sensaciones sin dotarlas de una profundización intrusiva. Por supuesto, lo que está narrando es de una crudeza tremenda; pero, más que hablar directamente de ello, el énfasis principal que asume es la relación de Alfred con el agua, como el medio en el que se encontró más cómodo a lo largo de su vida y también como algo que conecta los logros y tragedias que le sucedieron, que le acompañó en su sufrimiento y también en su recuperación. Es un enfoque lírico y simbólico que el cortometraje establece por encima del propio recuento biográfico, abundando en recuerdos abstractos y ensoñaciones que le muestran nadando o rodeado de agua; es en este sentido significativo, por ejemplo, cómo uno de sus recuerdos principales en el campo de concentración implica una inmersión.
Incidiendo en este punto, el estilo de animación característico de sus obras brilla de nuevo aquí y con una razón de ser estética muy clara. Miailhe se ha especializado en una animación a través de pinturas realizadas a mano, enormemente laboriosa y única, que da lugar a un acabado impresionante; pero, concretamente, esta elección estilística tiene mucho sentido aquí, porque los trazos agresivos de los pinceles, que de manera constante pueden rodear y sumergir al personaje, se ajustan de maravilla a la representación de un medio líquido. Comparando con su película anterior, diría que aquí la conexión entre el enfoque artístico y el trasfondo emocional es más significativa, y como experiencia se siente más redonda, sin que esto suponga ningún tipo de perjuicio ni demérito en torno a aquella.
Papillon es en mi opinión un cortometraje que rebosa belleza, sensibilidad artística y empatía; que logra llevar a su terreno simbólico una historia personal tan horrible y trágica como inspiradora en último término, sin perjudicarla ni menospreciarla, e incluso evitando en el camino banalizar el sufrimiento de su protagonista; y que continúa la senda del compromiso de denuncia frente a diferentes formas de represión, con una visión histórica pero con una aplicación contemporánea y un alcance atemporal, utilizando el medio animado y la forma particularmente llamativa que se ha convertido en sello de su directora para ofrecer una experiencia tan hermosa a nivel visual como dura y compleja en lo que cuenta.