Miraba el extra que le ha surgido al título original, ese «sueños de libertad» que nos anuncia que soñar no está reñido con sufrir, con caer y volver a levantarse y volver a soñar, que soñar forma parte del individuo que mezcla sus ilusiones con las de otros, que convive con el soñar juntos y caer y volver a empezar. Soñar a veces tiene demasiados visos de realidad.
Parece que Mounia Meddour fue una de esas personas que tuvo que salir con prisas y sin dejar de mirar atrás de Argelia cuando se desató la Guerra Civil argelina en los 90, y resulta muy significativo que su protagonista sea una fiel defensora de quedarse, de seguir formando parte de sus raíces, del lugar que conoce y que tanto le gusta, pese a lo convulsa que es la situación que les rodea. Una reclamación que parece un asunto personal para Meddour, que grita con la voz de la joven y decidida Nedjma, pero también una confianza en el detalle y la delicadeza a través de la pasión que le inculca sobre el mundo de la moda.
Nedjma es un claro reflejo de las libertades perdidas por la mujer ante el islamismo más radical, una visión del fin del mundo tal y como se conocía en los 90, donde, con una primera escena festiva pero con pies de plomo, nos sitúan frente a lo que ellas desean dentro de un panorama que les obliga. Ya no se trata solo de un conflicto social, político y religioso, se trata del reclamo del espacio personal en el que ser como una desee, por encima de las imposiciones masculinas que siempre intentan ganar el terreno.
Para ello Meddour se deja influir por el uso de brochazos para remover recuerdos sobre lo que ocurría en Argelia a través de la persecución: hombres bramando el cómo debe comportarse y vestir una mujer, hombres babeando, mujeres radicalizadas exigiendo la sumisión, persecución de periodistas y reproducción de algunos de los hechos reales (atentados, panfletos, guerrilleros). El miedo y la represión van tomando forma alrededor de su otra historia, mucho más intimista y perfilada, dando a conocer distintos perfiles femeninos que se van moviendo alrededor de Nedjma, una Lyna Khoudri premiada por su papel en la película.
El foco recae en la mujer ya no solo por llevarse la peor parte del paso atrás que estaba dando la sociedad, también porque el día y la noche se matizan de un color rosáceo para ensalzar la amistad y la alegría que contrasta con ese ambiente tan voluble que les rodea. Un exceso de inocencia, puede ser, pero una visión claramente aprovechable para el mensaje que se quiere dar. Otro de sus puntos fuertes aparece cuando juega con la intimidad de planos cercanos, focos luminosos y telas vaporosas, centrándose en lo idealizado de la belleza que emana de las pequeñas cosas. Parece que todas las tensiones se evaporan en los dedos de su protagonista cuando roza alguna tela, materializando esos sueños de libertad que citaba al principio, dando forma a su tesón por huir del nuevo orden establecido. Para ello se aprovecha del simbolismo del ‹hiyab› como una constante a través de toda Papicha. Esos cinco metros de tela nos hablan tanto de la opresión como de la inventiva, una reformulación de sus usos sin perder de vista el respeto por lo que verdaderamente implica su uso, aunque se le saque punta con cierta sorna en todo momento al abuso que una mayoría le aplica.
Papicha, sueños de libertad tiene ese gusto por el cine social implementado en la camaradería y un toque de buenismo que contrasta inevitablemente con la inmensidad trágica que se gestaba a su alrededor. Busca siempre el punto de fuga, esa constante búsqueda de la felicidad y la reafirmación personal, y los arranques de histeria individual ante todo lo que va goteando sobre su protagonista son simples pulsiones de energía para hermanarnos con ella. Esa es la impresión al menos, una voluntad continua por hacernos partícipes de la acción, quieren que nos enamoremos de las distintas mujeres que se atreven a diferenciarse y de su determinación (que surge en cada una de ellas en el instante más adecuado), como si el hiyab se transformase de repente en un Uno para todas con la carga social que una película americana para adolescentes nunca sería capaz de soportar.