Heredero de la mejor tradición del cine italiano de los sesenta, Paolo Virzì pertenece a esa nueva generación de cineastas transalpinos que han despertado las ilusiones de aquellos nostálgicos que crecimos devorando el séptimo arte clásico nacido en aquellas tierras. Sin contar con la popularidad de Sorrentino ni el prestigio de Garrone (por poner un par de ejemplos), Virzì ha sabido hacerse un hueco en los últimos años a base de elaborar platos de cocina tradicional no exentos de ese toque picante y sabroso propio de las nuevas visiones cinematográficas, reforzando un estilo que absorbe ese espíritu característico de los Mario Monicelli y Dino Risi. Pero sobre todo su cine me recuerda a esa mirada entre tierna y ácida que ostentaba el maestro Ettore Scola, sin duda —en mi opinión— el cineasta al que más se aproxima el arte ideado por el creador de El capital humano.
Arrancando su carrera con una combinación de comedia y drama (punto que fue poco a poco potenciado en sus obras posteriores), en 1997 salió a la luz uno de los primeros éxitos internacionales de Virzì, la comedia melodramática Ovosodo (traducida en España por Los años dorados), cinta que no solo fue un éxito de público en su país sino que igualmente obtuvo el Premio Especial del Jurado en el Festival de Venecia. Con la visión que otorga el paso de los años podemos considerar a Ovosodo como uno de los primeros intentos de recuperar el espíritu de la vieja comedia social italiana (una especie de mezcla entre La escapada y Nos habíamos amado tanto) desde un punto de vista fresco y cautivador muy años noventa. Narrando a través de un lenguaje cinematográfico que se aprovecha de la voz en off del protagonista llamado Piero, un muchacho que acaba de abandonar la adolescencia, nos contará sus avatares tanto familiares como vitales desde su tierna infancia hasta su crepuscular descubrimiento del fin de la inocencia en la ciudad obrera de Livorno. De este modo la ciudad se convertirá en un testigo y protagonista más de la historia, pues Virzì la homenajeará aspirando la esencia de sus lugareños y sus lugares.
En este sentido la cinta arrancará mostrando a nuestro protagonista quejándose por la falta de atención de una enamorada que parece no contesta a sus llamadas, punto que servirá para echar la vista a atrás de sus recuerdos. Así conoceremos a su familia, compuesta por un padre más vago que el sastre de Tarzán y frecuentador de los bajos fondos de la ciudad hasta dar con sus huesos en la cárcel; también a su madre fallecida cuando Piero era un niño; a su hermano, un grandullón con corazón de niño; a su madrastra tan ácida como inestable; sus primeros pasos en el amor a partir de su unión angelical con su vecina de piso a la que más tratará como una amiga que como una novia; a su profesora de literatura, su amor platónico y guía de sus posteriores pasos al recomendar a nuestro protagonista para ser inscrito en un instituto copado por un alumnado perteneciente a las élites de la ciudad donde conocerá a un hippie perteneciente a la familia más adinerada de Livorno que se convertirá en su mejor amigo, pero que también lo infringirá una herida incurable de consecuencias fatales al pretender conquistar a la maestra de Piero sin aviso y con alevosía. Y también seremos testigos de los primeros arrebatos sexuales de Piero, con las promiscuas maduras vecinitas de los barrios populares, pero fundamentalmente a través del amor que surgirá entre el muchacho y una engreída pija colega de su mejor amigo y fruto de su desesperanza.
Esto es Ovosodo. Un retrato generacional diferente con señales que inspiran un relato autobiográfico de Virzì (nacido en Livorno). Uno de los puntos que hacen fascinante la película es sobre todo eso. Su magnífico fresco de la sociedad italiana (y europea) de finales de los ochenta y de toda la década de los noventa. De sus clases medias y populares, con esos pícaros que tratan de sobrevivir y poner buena cara a la escasez mientras que en los confines de la ciudad unos pocos y corruptos empresarios amasaban toda la riqueza disponible. Un cine pequeño pero con pretensiones trascendentes. Que pinta la vida tal como es, con sus bondades y miserias y siempre partiendo de un humor fino y muy inteligente que desbroza una crítica sinuosa sobre las ruinas y depresiones de la sociedad moderna que generan esas incertidumbres existenciales que todos hemos tenido que afrontar en algún momento de nuestras vidas.
Me cautiva asimismo ese carácter visionario que encierra el film, perfilando un viaje que discurre a lo largo de veinte años en la Italia de las hombreras y el cultivo a lo hortera que lejos de ser repudiada por sus políticos y ciudadanos acabaría derivando hacia los años de gobierno de Berlusconi y la explotación de lo grotesco como forma de hacer política. El cierre del film parece confirmar el conformismo y la falta de garra que aprisiona a esas clases medias incapaces de luchar por sus derechos destruidos por pijos y corruptos. El film nos muestra también la falta de expectativas y el oscuro futuro que espera a esa parte de la sociedad bondadosa y sensible incapaz de recorrer los vértices de un manicomio terrenal no apto para la cordura.
Y esto es lo que convierte a la cinta en un clásico contemporáneo instantáneo. Por su frescura y atrevimiento. Por su apuesta por formalizar una película aguerrida partiendo de los esquemas tradicionales de la comedia a la italiana. Por su encantadora radiografía de la vida de un futuro perdedor durante sus años más felices (los que transcurren desde la infancia hasta la post-adolescencia). Igualmente por su estilo ligero a la vez que profundo, de esos que dejan poso de un modo invisible e irrefutable gracias al uso no adoctrinado de esa melancolía que nos envuelve en su aroma pretérito y apetitoso logrando un resultado que mezcla la tristeza existencial con la caricatura sarcástica tan típica de esa forma de contar historias de los italianos. Para lograr todo ello, Virzì colmó el envoltorio visual de su película con una estética entre demente y delirante aprovechándose de unos movimientos de cámara a veces incómodos pero siempre consecuentes. Narrando a toda velocidad los distintos episodios de la vida de Piero como si de Guy Ritchie se tratara. Combinando con mucha sabiduría flashbacks con momentos presentes, entrecruzando pues capítulos y vivencias para que todo tenga sentido finalmente. Emparejando así este lisérgico estilo formal con las alucinaciones de esas clases populares que aunque se relacionen con los estratos más pudientes de la ciudad jamás tocarán su particular paraíso, ya que sus puertas están reservadas para los privilegiados que derraman su culpabilidad sobre quienes sustentan un sistema que impide el progreso de aquellos que han caído en las cloacas.
Y es que Ovosodo se eleva como un espejo que refleja esos ingredientes que dieron lugar a todos los males apocalípticos que explotaron a principios del siglo XXI debido a la falta de compromiso e irresponsabilidad que impregnaron los pasos de quienes trotaron por los caminos de los desfasados años ochenta y noventa, unos decenios donde el despelote, la desfachatez, el pelotazo y la falta de decoro castigó a sus moldeadores a una crisis sin fin que parece no tiene remedio. Los años de esa Generación X que aún no ha encontrado su sitio en este despiadado mundo.
Todo modo de amor al cine.