Il Divo es una película de ritmo vertiginoso, donde nos sumergimos en las cloacas de la alta política italiana desde el primer momento con un toque burlón, a medias entre la fascinación por un personaje, Giulio Andreotti, sin huir de la crítica y la mala leche por su gestión y sus contactos con la mafia.
No hay concesiones al espectador, es un salto al vacío para entrar sin transición ninguna, salvo un espectacular arranque que deja descolado por la sucesión de datos y fechas, en la vida política italiana de principio de los noventa con ecos de un pasado igual de tormentoso. Y es que la vida de Andreotti está tan marcada por los sucesos que bien parece sacado de una cinta de espías de serie B, con logias secretas, masones, mafiosos, religiosos llenos de ambiciones, pacto con los comunistas, terrorismo de estado por doquier y grupúsculos de extrema izquierda que secuestran a primeros ministros. Siempre se ha dicho que la política italiana es una cosa muy loca, con gobiernos que no suelen durar más de uno y caen entre conspiraciones y traiciones a partes iguales. Y en medio de toda esta tormenta, un nombre que siempre consigue salir airoso incluso en los momentos más bajos, Giulio Andreotti.
Como decía, la aproximación a su personaje está llena de mala leche, con un aire burlón que sienta de maravilla al relato (la presentación de ese gobierno casposo dominado por los religiosos es desternillante y perverso. Todos transmiten patetismo y cutrez), pero de la misma forma hay una poco disimulada fascinación y admiración por su persona, por su manera de salir victorioso de todas las batallas que en otro caso llevarían a la muerte política. Y es que evitando la caracterización simple, Andreotti está lleno de capas, ayudado por un maquillaje y una interpretación del actor Toni Servillo que roza el milagro. Es él, es ese encantador y frío hijo de su padre que voló alto durante más de un tercio de siglo en Italia.
No se deja títere con cabeza, la política es presentada como un gran circo, donde no se sabe donde acaba y empieza la mafia. Así pues, en una escena sonreímos por el patetismo que transmite, lleno de personajes secundarios a cual más penoso, para a continuación doblar esa misma sonrisa ante una escena fría y realista de un asesinato.
La cinta es un tiovivo de tonos, de extremos que van danzando en perfecta armonía, yendo de un lado a otro, mientras Andreotti lucha por terminar en una fría cárcel. «La mejor defensa es un buen ataque».
Bien pensado, asistimos a una cinta política rodada como si fuera una de mafiosos arquetípica, donde nadie puede confiar en otra persona, y lo mismo te doy un abrazo que a continuación planeo destruirte en el parlamento. Nuestro protagonista parece cumplir a la perfección esa frase de uno de los primeros capítulos de Boardwalk Empire, donde el personaje de Michael Pitt le dice a Nucky (Steve Buscemi) algo así como: «ya no se puede ser un poco mafioso y un poco político».
Así, el pasado de nuestro héroe comienza a llamar a la puerta. Probablemente si hubiera atravesado la línea con los dos pies podría haber salido airoso, pero sólo medio pie te deja en tierra de nadie. Todo va saliendo a la luz, o peor aún, golpeando a la conciencia del hombre fuerte del partido demócrata cristiano italiano (centro derecha). Toda la basura acumulada acaba desbordando todas las previsiones.
Sólo queda luchar y negarlo todo. Y cuando ya no quede ninguna duda, volver a negarlo todo.
Andreotti siguió los pasos establecidos para cualquier primer ministro italiano que se precie, en libertad por prescindir los delitos que pesaban contra él. Una media victoria que dejó insatisfechos a todo el mundo.
Una de las mejores cintas políticas atípicas de la última década, que sólo su enrevesado ritmo y la escasez de información previa puede truncar su disfrute.
Ni una de espías de la guerra fría.