Hace tiempo que a Pablo Larraín lo hicieron portavoz del cine chileno. Post Mortem es su tercer film. Pausado y oscuro, se sirve del contexto bélico chileno para apuntar la cámara hacia el dolor callado del desamor en tiempos de guerra.
— «Mi casa está llena de hombres hablando de política. ¿Nos tomamos un trago en tu casa?»
La película parece ser un refugio de los que no quieren saber de guerras… Hasta que llega la hora de vivirla.
Mario, asistente de autopsia, se enamora de una bailarina de segunda (Nancy). Nunca queda claro si son novios, si se van a casar o si siguen siendo solamente vecinos. A la par de este desamor, se desata una batalla en Chile. (No, no es otra película de Allende vs Pinochet). Larraín se acerca a un film de época, de la manera más sobria. Sin excesos en vestuario o arte (o sangre). Realmente el interés del director está en los rostros, no en el atrezzo.
Mario y Nancy se refugian de los jóvenes comunistas y de los militares, prefieren llorar y comer arroz con huevo frito. Tener una vida no-revolucionaria, ya tienen suficiente con sus vidas corrientes. Estalla la violencia y lo invade todo. Larraín toma la decisión acertada de girar la cámara y mirar al ser humano. No todo film lo logra. Aunque la historia sucede en un momento crucial para la dictadura, la narración no gira entorno a esto. Inteligentemente, Larraín se sirve del contexto para dar un tono más siniestro y lúgubre a los personajes. Así, nos habla de los llantos ocultos.
Como dije antes, la violencia lo invade todo, lo destruye todo. Los personajes de Larraín tienen la peculiar tendencia de mostrar que “algo” pasa. En sus últimos trabajos seguimos encontrándonos con personajes que nos son interrogantes. Generalmente ese “algo” esconde un horror pasado. Recuerda a las películas de Bela Tarr, donde se sabe que algo pasa, no sabemos qué es, y no nos importa saber el porqué. Lo que sí importa es el ‹mood›. El ambiente que crea y las tensiones que se desarrollan. De esta forma, las películas de Larraín son películas purgatorias. El director se dedica a recorrer los pozos escondidos en la historia de chile. Abrir temas no tratados y purgar esas heridas. Los personajes atraviesan espacios y escenarios que tienen varias connotaciones: morgues, teatros y vestuarios.
— «¿Vecino, te da miedo el purgatorio?»
— «Sí. ¿Y a ti, vecina?»
De entre los últimos films de Larraín, Post Mortem se alinea más con El Club que con NO. Podríamos decir que NO es una película menos sofocante. NO tiene colores, música y esperanza. En El Club reconocemos más indicios de ese Larraín oculto, que conoce la mierda que se esconde. Post mortem, al igual que El Club, se filmó en Cinemascope. Así, se sacó provecho a la pantalla panorámica utilizando favorablemente los espacios. Encontramos juegos de contrapesos estéticos y narrativos. Aire por encima, aire por debajo. Los espacios vacíos en las composiciones van generando movimientos y tensiones aplastantes. El director logra compenetrar la forma con el contenido. Así, asistimos a un entramado de tensiones. Nos podría recordar a los juegos de los encuadres de La luz silenciosa de Carlos Reygadas.
De todas formas, debo decir que creo que Pablo Larraín sí es uno de los portavoces del cine chileno. Más que nada por el lenguaje que ha creado a los largo de sus films. Mirando los rostros humanos y sus tensiones en el contexto histórico. Pero Larraín no es el único portavoz, Nacho Agüero y Patricio Guzmán también están ahí, y desde antes.