Pablo Hernando… a examen

Lo afectivo se presenta en Una ballena como un elemento esencial dentro del universo compuesto por el cineasta vasco. Sí, puede que su peso se antoje menor en cuanto a la cuestión narrativa o argumental, pero en el fondo aporta los matices necesarios desde los que conformar dicho microcosmos. Otorga, de ese modo, un extraño y voluble asidero desde el cual, si bien no profundizar, cuanto menos dotar de una pertinente dimensionalidad al personaje interpretado por Ingrid García-Jonsson.

El acercamiento genérico a una ‹sci-fi›  que bordea el horror cósmico decantándose por el ‹neo-noir›, no desplaza un rasgo que dota de corporeidad al cine de Hernando. Estamos, cierto, ante un mundo frío, destemplado, pero el modo de concebir esa relación que sostendrá la protagonista sirve para comprender sus entresijos en el plano afectivo.

En una dirección distinta se mueve su ópera prima, Cabás, partiendo del trauma de la separación, de la “pérdida”. Es decir, Hernando aludía ya en ella una suerte de ‹low fi› que bien pudiera ser un anticipo de lo que vendría en Una ballena en tanto el film se articula sobre la realidad armada en torno a unos ejes concretos —de hecho, no es difícil encontrar elementos concordantes entre ambas propuestas, como ese líquido que parece manar del cuerpo del personaje central de su debut—. Pero, en cambio, es lo emocional, partiendo de la ruptura que asomará en la existencia de Xabi, el protagonista, aquello que dota de poso a la obra.

En ese sentido, Hernando potencia una crónica, la de ese proceso de supuesta aceptación, partiendo de dos escenarios: la casa en la que Xabi permanecerá, en soledad, esperando a que venza el alquiler; y un yermo paraje en la que la “otra” representación del protagonista afrontará un enigma, el de esa bolsa que porta con él y que se presenta como ‹mcguffin› que apunta en torno a ese recoveco emotivo.

Cabás confronta su propuesta así desde dos frentes distintos: el acercamiento ‹low fi› concretado en distintos pasajes que iremos descubriendo interconectados con la realidad del personaje; y a través de esa misma realidad, buscando tanto en personas cercanas como en desconocidos paliar una soledad acuciante.

Es, de hecho, en la introducción de esos extraños caracteres que Hernando va incorporando al film, donde se vislumbra no solo un conato de comicidad que le sienta muy bien, sino también un estado cercano a la delusión desde el que describir la nueva situación del protagonista. De hecho, aquello que bien pudiera devenir sobreexplicación —con la introducción del personaje de neurólogo—, toma forma de comparsa semi-humorística, concretando (en parte) un tono que se cimienta como uno de sus grandes aciertos.

Con todo ello, nos encontramos ante una obra que aprovecha sus recursos y relativiza aquello que podrían devenir desaciertos —como su peculiar viraje cómico, o el desconcierto que pueden llegar a generar algunos de sus segmentos—. La forma de puzle irresoluble que toma —destacando, de nuevo, ese maravilloso ‹mcguffin› en forma de maleta— no es sino una vía adyacente desde la que abordar los vínculos afectivos desde su propio sino. Incomprensibles, intrincados, las veces irresolubles y, sin embargo, catalizadores de cuánto nos rodea, sea en definitiva real o no.

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