Pablo Agüero reconoce que su elemento es el fuego. Esos matices que van del rojo al anaranjado y amarillo no hacen más que inundar sus imágenes para denotar calidez, furia, alarma o pasión. El fuego es el motor de sus películas, la intimidad que aflora como fondo a unas historias donde la mujer suele ser una protagonista ineludible. Estos días es Akelarre el centro de atención con su llegada a cines tras pasar por Zinemaldia, una historia donde, más allá de hablar de brujas, se considera la depravación con la que se anulaba a mujeres libres y fuertes capaces de pensar por sí mismas. Es aquí el fuego la fuerza que las divierte, que las protege y que las llevará al peor de los infiernos. Es algo más que un símbolo.
Pero su pasión por esta llameante figura no surge de la nada. Hay un cortometraje alabado en distintos festivales que marca el inicio de esta rutina. Primera nieve se podría considerar un apunte a pie de página para crear el que sería su primer largometraje, Salamandra, pero también un fogonazo digno de todo amante de la materia efímera.
Primera nieve tiene algo de la infancia de Agüero, situándose en El Bolsón, en medio de ninguna parte de la Patagonia, donde el fuego lo significa todo. Con dos personajes, el pequeño Inti y su madre, consigue enfrentar todos los elementos de la naturaleza al calor humano, y demostrar quién gana en esta continua lucha. Vemos a un pequeño y su mamá correr hasta un hogar, uno despedazado y harapiento en medio de un temporal de viento y lluvia. Mamá quiere el calor del fuego para ambos, afrontando la figura de su hijo como un obstáculo para conseguirlo. El pequeño sólo necesita a mamá. Ambos, buscan sobrevivir.
En un escenario complejo, oscuro y desolado, el realizador argentino sabe contraponer las necesidades de ambos personajes, con diferentes estados anímicos y energías que transmitir al espectador. Pero el calor que ambos buscan y no acaban de encontrar es lo único que importa. Y es así como comienza esa relación tan íntima con el fuego y su utilidad, cómo emplea objetos que ambos protagonistas utilizan con distintas finalidades —una foto publicitaria, un vestido burdeos— para llevarnos a ese esperado momento de calidez, inundando incluso una escena de un matiz rojo impresivo que parece resumir el ansia vivida hasta ese instante para que, finalmente, sea la nieve el foco redentor.
Un trabajo sencillo y sumamente expresivo, Primera nieve habla mucho de lo que Agüero será capaz de transmitir simbólicamente, rodeando siempre los escenarios donde transitan esas heroínas imperfectas que han plagado su cine, sin olvidar la figura materna, las diosas y demonios, incluso muertas saben agarrar con fuerza su lugar en el mundo. Pero el corto también habla de una infancia pasada, de un recuerdo baldío, de esa necesidad de aferrarse (como niño eterno) al vientre de una madre que siempre fue fuente de calor. Como ese fuego que tanto impresiona al director, esas llamas que iluminan de un modo sonrojante cualquier drama cotidiano convertido en arte.