El tercer largometraje de ficción del escritor y director afgano Atiq Rahimi representa un viraje bastante drástico en su carrera. No solamente por ser la primera de estas obras que no retrata aspectos de la realidad afgana, también es la primera vez que realiza una adaptación de una obra no escrita por él. En este caso, la autora es la ruandesa Scholastique Mukasonga y la historia narra las tensiones en un internado de chicas ante el conflicto racial inminente que décadas más tarde desembocaría en un genocidio en su país.
Así, con Our Lady of the Nile existe un cierto distanciamiento implícito con los eventos que se narran, en comparación con el cine anterior de Rahimi. Esta sensación se hace especialmente patente en los momentos, que no son muchos pero sí notables, en los que se pierde en pretensiones estéticas de gusto bastante discutible, como ciertos paneos y cámaras lentas que inserta como una exhibición de recursos vacua e innecesaria. Esto ya sucedía en su anterior película, pero el efecto adverso no llegaba a ser tan preocupante como aquí. Y es que el mayor problema de este filme es el escepticismo que genera su director al enfrentarse por primera vez a una realidad ajena a la suya, adaptando un guión ajeno. La película, con todo, se va reponiendo a medida que transcurre, va encontrando el discurso dentro de la estructura algo errática que proporciona su enfoque coral, y poco a poco va dejando que calen un puñado de ideas muy potentes que configuran la realidad social de su época y contexto y condiciona las relaciones dentro del internado.
La cinta presenta un caldo de cultivo complejo y difícil de resumir y aislar en un solo factor, pues alude tanto a su pasado como colonia belga como a las tensiones raciales entre los hutu y los tutsi alimentadas por los colonizadores europeos y exacerbadas más allá de la independencia del país, pero también evalúa el peso de la religión y las tradiciones en la sociedad, como sucede en el sospechoso caso de la alumna embarazada. El contexto de un internado católico, en el que se enseña y se manipula la historia en favor de una visión colonial, y en el que se obliga a las alumnas a hablar en francés, muestra la influencia de esa mentalidad en la sociedad ruandesa más de una década después.
Al mismo tiempo, esto contribuye a exacerbar las tensiones entre alumnas de diferentes etnias, construida en principio sobre los rasgos faciales de una figura de la Virgen María, pero que va escalando a niveles más elevados cuando Gloriosa, una chica hutu especialmente beligerante, decide culpar a bandidos tutsi de un accidente sucedido mientras intentaba modificar la cara de la estatua, generando alabanzas contundentes del gobierno e incrementando su posición de poder en el internado. Mientras tanto, las monjas y profesores tratan de mantenerse al margen frente a un ambiente cada vez más encendido, ignorando la tensión racial y las injusticias como si no fuera con ellos y como si no hubiesen contribuido a crear lo que hay ahora.
Todo esto resulta particularmente impactante al ser narrado con protagonistas adolescentes en un lugar en apariencia seguro, pues son pequeñas acciones, o incluso cosas cotidianas, las que van sumando y escalando un conflcto brutal. Son pequeños detalles que ponen énfasis en la división étnica, muestras aparentemente inanes de condescendencia colonial, discusiones ligeras o mentirijillas que generan una bola de nieve. La convivencia se fractura y explota de repente, pero no lo hace por sí misma, sino por todas esas cosas pequeñas acumuladas. Y pese a la tendencia esporádica al efectismo de Rahimi, trata esta evolución con un gran cuidado de trazar estos factores, incluso con un guión tan dado a escalar de cero a cien entre una escena y otra. Que logre proporcionar una visión de conjunto convincente es mérito de una narración que sabe crear una buena base, sobreponiéndose a sus giros bruscos y haciendo entender de dónde y cómo surgen aunque no veamos el proceso de forma gradual.
Our Lady of the Nile es, en definitiva, una película bien construida sobre un tema muy difícil de mostrar, porque alude a una realidad histórica terrible y compleja. Pero a pesar de sus méritos, de sus interpretaciones excelentes, su atención a los detalles y su más que notable manejo de la tensión contenida y posteriormente liberada, no puede librarse del todo de los vicios de su director, que llegan a ser invasivos y hasta horteras, ni de la sensación de que éste no se encuentra del todo en su elemento y que está hablando de algo con lo que no está familiarizado. Sigue siendo satisfactoria y recomendable, pero termina resultando un esfuerzo demasiado modesto, que no se siente que haga plena justicia a la dimensión de lo que narra.