El colapso sociopolítico de Polonia parece palpitar en las imágenes de Other People (Aleksandra Terpińska, 2021) en todo momento a través del retrato de sus personajes y los lugares donde se mueven. Un vínculo este que mediatiza por completo la existencia de Kamil (Jacek Beler), un aspirante a rapero que convive con su madre en un bloque de apartamentos prefabricados. Un personaje marginal que lleva el eje del relato entre sus trapicheos con drogas, su inestable relación con Aneta, una cajera de supermercado que interpreta Magdalena Koleśnik, o su ‹affaire› con la madura mujer de clase acomodada Iwona (Sonia Bohosiewicz) —atrapada en un matrimonio roto por la infidelidad y desinterés de su marido—. Y entre las idas y venidas de todos ellos, una especie de narrador omnisciente y omnipresente en forma del rapero Jezus (Sebastian Fabijański) introduce breves interludios musicales emulando la función del coro griego, explicando las motivaciones y el contexto de los protagonistas. Todo para conformar un peculiar drama social musical de colores apagados y sujetos alienados de una u otra forma, que anhelan todo aquello que no poseen en un sistema que promete la oportunidad de alcanzar la felicidad y obtener aquello que se quiere con el esfuerzo y el trabajo (sic).
Una contradicción que está presente en todo momento en la película de forma bastante obvia con líneas de diálogos en los que se hace referencia a los trabajadores migrantes, con comentarios atacando minorías y una misoginia desatada. Un mundo en el que los roles sexuales tradicionales tienen una función muy clara de objeto de consumo para la clase dominante, y en el que la búsqueda del amor sin barreras supone una pérdida de tiempo, un pasatiempo infructuoso que sólo lleva a la soledad y la frustración. Con una fotografía apagada de colores fríos, la cámara en mano de la directora sigue a los personajes de manera vibrante e inmersiva en sus ambientes —tanto en exteriores como en los espacios opresivos en los que habitan o transitan, independientemente del lujo o la miseria que les rodea—. Desde su sistemática exageración irónica, compone una visión oscura y cínica, no sólo desde una perspectiva colectiva, sino también profundamente pesimista desde su mirada al individuo. Las drogas, el sexo, el dinero sirven para aliviar el vacío interior, igual que los personajes consciente o inconscientemente utilizan a otras personas como medios para evadirse de una realidad que los aplasta y lleva a la insignificancia en su día a día.
El filme, basado en la novela Inni ludzie de Dorota Masłowska, construye su caótico y complicado tono a partir de personajes cínicos, indeseables y antipáticos, histéricos y difíciles de comprender. Unos personajes que podrían haber salido del universo de Trainspotting (Danny Boyle, 1996), pero que son retratados sin concesiones a través de una configuración estética y un uso de la música que sepultan por momentos la narración bajo las formas del videoclip, alternadas con una planificación precisa y una escenografía realista en sus secuencias narrativas más convencionales. En la misma línea, también se provoca una disonancia entre ciertas intenciones humorísticas —sobre todo en su primer tramo— pensadas desde el cinismo y la representación psicológica rigurosa de un drama con una aproximación visual austera, que envuelven una exploración de los efectos del capitalismo en el espíritu de toda una nación. Una exploración de la polarización que dirige el discurso de la cinta hacia una enmienda a la totalidad, tramposa y equidistante, en la que se iguala a los marginados y desposeídos con aquellos que tienen todo y son responsables en mayor o menor medida de la situación de extrema desigualdad en la que se encuentra el país.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.