Virginia Woolf es probablemente un nombre tan citado en esta película como Orlando. Ella, que escribió el personaje pensando en su amante, trazó el periplo de un hombre que tras un largo sueño pasaba a ser mujer. En cierto modo, pensando en quirófanos y anestesias, sí hay un sueño que transforma los cuerpos, una de las muchas posibilidades que le permiten a Paul B. Preciado como excusa para realizar Orlando, mi biografía política, y pivotar alrededor de la figura de Virginia, en concreto por la visión que dejó de Orlando y la transexualidad sin ser consciente de la palabra en el pasado.
Entendida como una teorización un tanto bucólica de la transformación, Preciado se toma la libertad de realizar su propia lectura de la novela, con la intención de dialogar con la autora y de reinventar la historia con los visos que la actualidad le permite. ¿Cómo? Interpretando, fabulando la realidad para que el formato documental evolucione y se empaste con sus propios pensamientos, en ese camino difuso de la ficción, las verdades inventadas y la puesta en escena.
Orlando se convierte así en un personaje inclusivo, interpretado una y otra vez por cada una de las personas implicadas en el film, con un lenguaje que se adapta con la conciencia de la universalidad, cuando cada Orlando que se representa en pantalla es plenamente individual. Esa consecución de personajes permite fantasear con el entorno y con la historia originalmente creada por Woolf a principios del siglo XX, desde la simple lectura a la teatralización de algunos pasajes, pasando por el testimonio concreto de cada una de estas personas que abarca todo tipo de edades, condiciones físicas, sexuales e identitarias, para englobar una especie de arcoíris donde emancipar todo tipo de situaciones y opiniones que desean llevarnos a esa imagen plural.
Pero en Orlando, mi biografía política prima el envoltorio. Se busca enviar un mensaje transgresor desde el positivismo, con un gusto personal de Preciado por una estética godardiana —quizá por el interés del propio Godard de integrar texto en la imagen—. La celebración se practica a partir de ese momento en que se decide que la película no ha de tratar tanto del tormento de la adaptación de personas trans y no binarias, sino que debe partir de la aceptación propia, desde un punto de vista autoinclusivo, quizá el que todavía está en pañales en el cine, más interesado hasta ahora en el drama, en la oscuridad, en el proceso mismo, y no tanto en el día después.
De su fanatismo por el lenguaje se entiende que el film se genere a través de una carta —narrada por Paul B. Preciado en castellano, ampliando esa pluralidad de entendimiento también al idioma— que apunta directamente a Virginia, a quien informa de los avances sociales, en un reclamo generalizado. Es vital comprender este proceso de palabra, puesto que Preciado intenta encontrar nuevos métodos con los que compartir sus teorías, siendo ahora la imagen su papel. Parece que la libertad fluye, pero más como mensaje que como acción. Un guion asoma por las esquinas, y aunque de vez en cuando hay pequeños pasajes en los que la fantasía se deja llevar —esos momentos de ironía en la consulta médica o las hazañas en la tienda de armas—, pero la estructura se repite, y no solo por la gorguera y el libro, lo hace con la intención de, a partir de unas mismas nociones, reescribir la historia individual de cada persona que habla, por lo que no acaba de liberarse en su narración.
Cuanto menos Orlando, mi biografía política es una propuesta interesante, unos primeros pasos en un nuevo medio que no se permiten caer en la indiferencia, y sin necesidad de profundizar, abre un debate imprescindible, uno que hace partícipe a Virginia Woolf a través del tiempo, uno que explosiona a través de colores cálidos y vivos y que desea abrazar al universo.