Un tipo joven sin muchas expectativas en la vida, que posee un trabajo a tiempo parcial y que no aparenta tener excesivas ganas de socializar con las personas de su alrededor (ni siquiera con su novia dentista), se despierta un día cualquiera con un agudo pitido en la oreja y con la noticia de que su amigo Luigi, al que no recuerda en absoluto, ha fallecido. El hombre intentará poner solución a ambos problemas desde el primer momento, pese a que un grupo de vecinas le retrase en su cometido, tenga serios problemas con un cajero que no funciona —y su complementario “sistema de ayuda” que estorba más que asiste— y con una típica recepcionista del centro de salud (con todos los respetos para esta profesión) que solo será un paso más en esta sucesión de problemas que tiene que atravesar en una jornada de su existencia humana.
Obviamente, estas historias que Alessandro Aronadio nos cuenta en Orecchie (Ears), son situaciones llevadas al absurdo para, desde ahí, aparentar que se elabora una crítica social que realmente no es tal —aunque evitaremos caer en el spoiler porque todo esto se ve con más claridad en la segunda mitad de película—, pero sobre la que casi todos podremos comentar y opinar porque son cuestiones que observamos en la sociedad primermundista contemporánea.
Lo que Aronadio parece plantear en Orecchie es la elección entre encerrarse en uno mismo y olvidarse de todo lo malo que existe ahí fuera o si, por el contrario, hay que dejar de lado la amargura siempre que se pueda, aunque eso signifique postrarse ante las neogilipolleces que han aterrizado en nuestro día a día a través de los avances tecnológicos y en las telecomunicaciones (perfectamente representado en la obra con los selfies de la madre del protagonista). En el caso de este film, se ve con claridad la evolución que el joven experimenta con el paso de los minutos, cómo un graduado en filosofía, buena persona, de carácter débil y preocupado por cuestiones más intelectuales que sociales, intenta encontrar su lugar entre toda una maraña de individuos que persisten en ponerle la zancadilla incluso en las tareas más rutinarias, como pedir comida rápida o resolver una entrevista de trabajo. En este sentido, se podría llegar a plantear que el sonido en la oreja que padece el protagonista es una especie de metáfora sobre él mismo.
Complementando a esta línea argumental, Aronadio apuesta por representar Orecchie bajo una fotografía en blanco y negro y un formato cuadrado 1:1, probablemente tratando de transmitir, también mediante el estilo, la sensación de agobio social del protagonista que comentábamos con anterioridad. Pero este tema no se queda solo en un mero propósito inicial, sino que la evolución del aspecto visual acompaña a la del joven que vemos en pantalla, acompasando diálogos y representación visual hasta el punto de que ambas forman un todo que justifica las pretensiones de la cinta.
Pese a sus comentadas virtudes, Orecchie no deja de ser una película graciosa pero con escasa trascendencia. El trabajo de Arodiano parte de premisas acertadas y merecedoras de ser valoradas, con una propuesta visual justificada por motivos de guión y no solo puramente artísticos, tratando escapar con ello de que se le pueda acusar de elaborar un producto vacío. Sin embargo, el film no termina de convencer en su conjunto por quedarse excesivamente en la superficie, por limitarse a representar una serie de escenas cotidianas y llevadas a la exageración pero cuya implicación satírica no posee mayor relevancia que la momentánea sonrisa que uno pueda esbozar al contemplar la secuencia. El desenlace, de comprensible planteamiento al contemplar el cuadro completo de la obra (revelación incluida) pero sin gancho propio como para aportar ese plus de importancia, contribuye a que Orecchie no sea exactamente la clase de película que parecía pretender ser y se quede en un cachondo pero simple intento.